Cuando en las sociedades pre-estatales se acumula suficiente experiencia de que la supervivencia depende, más que de la naturaleza, de la organización de las actividades de individuos y grupos, entonces surgen las organizaciones estatales, los códigos, las prácticas educativas y la ética. Surgen en un proceso gradual, como procedimientos para lograr mayor cohesión y eficacia en las actividades del grupo y para evitar su disgregación en un primer momento, y como procedimientos para lograr la mayor cohesión y eficacia de las actividades individuales, para evitar la diseminación del yo y para encauzar su caudal de poder a unos fines de excelencia personal e institucional.

El yo se diferencia y autonomiza del sí mismo

Como se ha dicho, al multiplicarse los roles sociales, el yo se diferencia y autonomiza del sí mismo, y vaga o divaga por los espacios sociales, por la interioridad social y personal. Por eso el

Mexicas y los huehuetlatoll
Mexicas y los huehuetlatolli (Infografía)

(«Reunión de consejos que daban los viejos sabios») de los mexicas, como todo texto de contenido ético y educativo en general, recoge, predica y difunde enseñanzas para evitar la diseminación del yo.

“Y cuando alguno te estuviese amonestando,

No te estarás divirtiendo con alguna otra cosa,

No tendrás algo en la mano con que te estés dando gusto,

No estarás dando golpecitos con los pies, como quien se distrae,

No estarás mordisqueando la manta con que te cubres,

No escupirás,

No volverás el rostro para uno y otro lado,

No te pararás de repente.

Todas estas cosas te tengo recomendadas que no hagas:

Hazlas así y te darás a conocer como un gran bellaco,

Que no hay para ti ni sentido, ni cortadura,

Que de veras tú eres un hombre dejado al vicio,

Que de veras tendrás con merecimiento tuyo y serás tú herencia,

La yerba estupefaciente, la yerba embrutecedora,

El pulque, el hongo intoxicante:

Los comerás, los beberás, con ellos te embriagaras,

Con ellos rodarás, te perderás tú mismo,

De modo que ya no tengas sentido de ti mismo,

Y te arrojarás al fogón encendido, al comal del fuego,

Al río, al peñascal;

Caerás en la trampa, en la red de cuerda;

Ya no te darás cuenta de cómo vienes a encontrar piedra y palo,

La suciedad y la basura;

Con esto te insolentarás, echándote a la cabeza y mollera ajenas,

Te harás estúpido y falaz, te embrutecerás salvajemente,

Te harás compañero del conejo, del venado,

Te meterás por bosques y llanuras.

Si no hoyes, si no recibes la doctrina de tu madre,

La doctrina de tu padre, si no quieres acoger lo que se hace tu vida y muerte.

¡Basta! ¡Ya sucedió, infeliz de ti! No harás más quehacer:

Estarás en el poder y garras del coyote, del tigre.

Nada te valdrá repudiar lo pesado, lo que ya se fue atrás.

Contigo se ha cumplido, se ha hecho lo debido:

Pero tú no tomaste, no cogiste el llanto, las lágrimas;

De nada te sirvió el alacrán o el gancho, la ortiga con que se te castigó;

Nada te aprovechó, nada te sirvió:

No por esto te enmendaste, te corregiste, te viste por algo recto.

Pues sobre ti no hay más que piedra y pelo”[1].

La construcción y reconstrucción del yo

El intento de construir y reconstruir la unidad de un hombre ahora tiene más dificultades, porque los papeles de todos en orden a la supervivencia de todos, hacen posible y fácil la diseminación del yo, su incidencia y reincidencia en cualquiera de los parajes donde ha encontrado placer, distracción, alabanza, comodidad, etc.

La teoría y las prácticas de la construcción y la reconstrucción del yo son abordadas a la vez por los aedos, los sacerdotes y los príncipes. Entre todos generan el sistema de valores que van a promover las aspiraciones al bien, a las virtudes y a la bondad, sistema social y universalmente aprobado y ensalzado, y que constituye el alma de la vida social y de la educación.

La educación heroica

Bernardino de Sahagún
Educación y ética: Bernardino de Sahagún (Infografía)

Esta educación es, en un momento inicial, la educación heroica, la paideia griega que describe Werner Jaeger[2], la «Reunión de consejos que daban los viejos sabios» que transmite Bernardino de Sahagún, o los códigos del honor del Samurai japonés. Pero cuando la ciudad crece en número de habitantes, y el protagonismo de la vida y la supervivencia gravita más sobre un numeroso conjunto de ciudadanos iguales que sobre la nobleza, entonces la educación y la ética, como la inmortalidad, se imparten a todos y se hacen universales.

Las virtudes, que inicialmente se tienen por nacimiento, por casta y por clase social, y se corresponden con unos imperativos de excelencia propios de quienes desempeñan tareas organizativas o administrativas, se convierten en normas, y esas normas se promulgan e imponen mediante leyes, para ser asumidas y vividas por todos los individuos y grupos, pero según su rango y posición social.

Ese parece ser el caso de la Grecia clásica, donde los tratados teóricos más destacados, como la República de Platón y la Política de Aristóteles, sistematizan las virtudes según las distintas clases sociales. Hay virtudes de los artesanos, de los militares, de las mujeres, de los hombres libres e incluso de los esclavos[3].

Ese parece ser también el caso de la Roma republicana, aunque el enfoque de los tratados educativos y de ética tenga más en cuenta lo que los procesos históricos han generado realmente más que el ideal de virtud. Para el Cicerón de La Republica, es la historia misma la que educa y disciplina a las clases sociales, mediante una especie de “astucia de la razón”. En la Roma imperial, Séneca, Epícteto y Marco Aurelio aportan abundante experiencia empírica y personal sobre el control de las pasiones y el logro de la calma interior, que son ya testimonios muy expresivos de la distancia entre sí mismo y yo que es propia del hombre antiguo, de los habitantes del imperio.

La aspiración a la virtud

La diferencia de clases sociales es cada vez menos relevante y menos determinante de la configuración de la interioridad personal. La aspiración a superar la diseminación del yo, la aspiración a la virtud, tiende a universalizarse, a la vez que la aspiración a los derechos políticos y al bienestar económico, en sintonía y en sincronía con el desarrollo demográfico y el proceso de urbanización, que alcanza una cierta culminación en occidente en el final de la modernidad europea. Entonces la autonomía individual alcanza su grado pleno de reconocimiento político, jurídico-social y económico por parte de la comunidad social, a la vez que la alcanza también en el orden religioso, como se verá en otro lugar.

El modelo antropológico del self made man

Las primeras formulaciones históricas del modelo antropológico del self made man son proporcionadas en el medievo occidental por las órdenes mendicantes[4], y después de las revoluciones americana y francesa se configura como ontológicamente consistente. Como se verá en su momento, su aceptación requiere como condición previa o concomitante una revolución metafísica, o al menos una serie de reformas metafísicas, que se producen en los frentes del personalismo, el existencialismo y el pragmatismo.

NOTAS 

[1] Sahagún, Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España. Madrid : Historia 16, 1990, libro VI;

 https://www.monografias.com/trabajos82/valores-mundo-aztecas/valores-mundo-aztecas.shtml

[2] Jaeger, Werner, Paideia,

[3] Quizá este es el campo de investigación que Brentano proponía a comienzos del siglo XX y que Ortega impulsaba con la edición de Brentano en español.

[4] Se muestra con claridad en, Marín, Higinio, La invención de lo humano: la génesis sociohistórica del individuo. Higinio Marín Pedreño. Madrid: Encuentro, 2007.

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

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