J. Choza, autor de este post

53.1.- Si la órbita de la luna fuera libre

La luna se considera en el paleolítico, neolítico y posteriormente, como un centro energético, como una fuente de Qi,  capaz de producir en los organismos vegetales y animales de la tierra ciertos efectos relacionados con la fecundidad, como constituyendo el punto energético y central de unos campos de fuerzas fisiológicas y psicológicas, en los que ciertos organismos encuentran el impulso necesario para producir ciertos efectos vitales, como por ejemplo, generar frutos vegetales o crías animales.

Otros planetas como mercurio, venus o marte, se han considerado como puntos primordiales de otros campos energéticos, otras fuentes de Qi, que tienen cierta sintonización con otros puntos, y otros efectos biológicos y psicológicos sobre diversas especies vegetales y animales, y sobre ciertos procesos fisiológicos y psicológicos humanos.

En el calcolítico, la antigüedad y el medievo, el estudio de este tipo de relaciones se denomina astrología y magia. En la cultura occidental, a partir del nacimiento de la ciencia moderna, y sobre todo a partir de la instauración de la ciencia moderna como clave para la interpretación pública de la realidad, las autoridades cristianas hasta la modernidad y las autoridades sanitarias y educativas desde la modernidad en adelante, prohíben la referencia a los astros con fines terapéuticos y de otro tipo, por considerarlas como prácticas satánicas o como prácticas anticientíficas e insalubres, es decir, como prácticas supersticiosas y oscurantistas.

De entre todos esos puntos energéticos o fuentes de Qi primordiales con sus órbitas respectivas, uno de los que mejor ha superado la prueba del tiempo y los cambios de paradigma, de época y de cultura, es una entidad inextensa y sin masa, que ejerce sobre los cerebros humanos el efecto de generar ideas a partir de imágenes, y que se ha denominado en la antigüedad y el medievo intelecto agente, y en la modernidad espíritu y autoconciencia.

Desde un punto de vista filosófico transcultural, podría decirse que esas entidades energéticas primordiales, inextensas con órbitas o campos de fuerza que ejercen efectos biológicos, psicológicos e intelectuales sobre los vivientes, es lo que ha recibido el nombre de “espíritu”. La palabra “espíritu” de las lenguas de la cultura occidental es la que se utiliza para traducir los términos de otras lenguas que describen la entidad primordial inextensa y su campo de fuerzas.  Tanto en los lenguajes imaginativos y poéticos como en las ontologías de la tradición occidental hay muchos tipos de fuerzas espirituales o de espíritus. 

El término “espíritu” se utiliza aquí con el sentido señalado de fuerza inextensa, como diferenciada de fuerza extensa o campos de fuerza empíricamente mensurables. En esos dos sentidos se van a entender los términos “espíritu” y “materia”.

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Si  la luna, además de ser un satélite de un planeta, fuera la ubicación de un punto energético en una órbita, que pudiera producir sobre los seres que entran en su campo de acción, o de atención, efectos positivos en relación con la fecundidad vegetal y animal, es decir, si la luna fuera también un espíritu, con capacidad de efectos fisiológicos positivos sobre los vivientes ubicados en su campo de fuerza, sería posible para una persona de la cultura occidental del siglo XXI  comprender  las prácticas religiosas de orden  agrícola y de orden ginecológico de una persona del primer milenio AdC.

Si la luna estuviera viva y fuera un espíritu, quizá sería libre, como otros espíritus análogos. Como por ejemplo los de Mercurio, Venus o Júpiter, que podrían ser considerados y llamados dioses o ángeles. Pero si fuera un espíritu y fuera libre, tendría también una naturaleza, lo que significa que su libertad sería finita. Por ejemplo, por su propia naturaleza produciría fecundidad en los castaños, en las ovejas y en las mujeres, en determinadas circunstancias, pero no podría producir la emergencia de ideas abstractas a partir de las fantasías de la imaginación, no podría cumplir las funciones de otro punto energético o de otro espíritu, con otra naturaleza, que es el que se denomina intelecto agente.

Su libertad podría consistir en ejercer su fuerza, o emitir su energía o dispensar sus gracias, con una intensidad que en parte depende de sí misma y de la relación con los vivientes destinatarios de su poder, con el cuerpo, la psique y el espíritu de esos vivientes. Desde este punto de vista, resulta comprensible el tipo de relación que tienen los griegos antiguos, y en general las culturas calcolíticas y antiguas, con sus dioses, y los cristianos medievales con los ángeles.

El tránsito del calcolítico a la antigüedad puede considerarse como el proceso en el que tienen lugar el tránsito del lenguaje imaginativo al lenguaje conceptual, la emergencia de un universo lingüístico nuevo, el de la ontología conceptual, y la paulatina migración de los habitantes de las ciudades a esos nuevos universos lingüísticos, con el paulatino y parcial abandono de los mundos correspondientes a los universos lingüísticos anteriores. Lo que los griegos llaman el advenimiento de los dioses olímpicos no es simplemente un relato épico, es una amplia y profunda transformación lingüística, mental, cultural.

Si es posible comprender el proceso por el que se llega desde un tipo de lenguaje a otro, se podría comprender el proceso en el que se producen los primeros balbuceos del logos y sus desarrollos, a través de las diversas formulaciones, conceptuales y descriptivas, de la noción de “espíritu”.

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

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