3.- La administración eclesiástica. Orden litúrgico y sistema sacerdotal

 

§ 50.- Teúrgia y milagros. Jesús, Pedro, Jámblico, Proclo

Una de las actividades fundamentales de las comunidades religiosas es la resolución de problemas prácticos concretos, especialmente los relacionados con la vida. Con la supervivencia y con la vida, y también con los difuntos. En la medida en que la religión es afirmación del ser y de la vida en sus diversas formas, el acto divino del instante de la creación, se continúa permanentemente, y se hace sentir de diversos modos en la existencia temporal de las criaturas.

En las formas paleolítica y neolítica de la religión, la totalidad de los ritos y las leyes tiene relación con situaciones de la vida práctica, como propiciar la caza, la fecundidad, la lluvia o el reposo de los difuntos.

A partir del calcolítico surgen, por una parte, las diversificaciones litúrgicas de estas actividades, que se amplían en número, y, por otra parte, la descripción teórica, narrativa y teológica, de su sentido y alcance. En la Odisea, este auxilio es la charis, la gracia, que Palas Atenea derrama sobre Ulises en los momentos de necesidad, o de conveniencia, y en el Pentateuco es la nube o el ángel de Yahweh que auxilia a Moisés.

 A partir de la Antigüedad, se desarrolla una amplia reflexión teórica sobre estas actividades, que, aunque conservan sus formas rituales, como son los sistemas de sacramentos y sacramentales de las religiones mistéricas y cristianas, emergen en el culto interior de contemplación como formas del intercambio amoroso. Esta actividad recibe el nombre de teúrgia en los Oráculos caldeos, y su descripción teórica se desarrolla en las escuelas neoplatónicas, especialmente por parte de Jámblico y Proclo.

Se podría decir, en un intento de sistematización histórica de la teúrgia, en consonancia con la sistematización histórica de la mística de esta Filosofía de la religión (MORN §§ 43, 53 y ROREM §§ 67, 72), que en el paleolítico teúrgia y mística son indisociables, y que corresponden a las funciones de psicopompa y a los viajes astrales del chaman.

 

En el neolítico y calcolítico la teúrgia corresponde a los prodigios operados por los magos de Egipto, los sabios sumerios, o Moisés, cuando abre las aguas del Mar Rojo o cuando cura a los judíos levantando en sus manos a la serpiente para que la miren. La mística de esa forma de religión es la propia de Moisés cuando habla con Yahweh en la tormenta, o la propia de los éxtasis de David en las danzas y los cantos de los himnos litúrgicos.

Proclo define la teúrgia
Proclo. Imagen 1

La taumaturgia y la teúrgia, la capacidad de obrar prodigios y milagros[1], que también se encuentra en objetos, palabras, ensalmos, etc., está presente en todas las religiones desde el paleolítico. Proclo define la teúrgia como

un poder superior a cualquier sabiduría humana, que implica las bendiciones de la adivinación, los poderes purificadores de la iniciación y, en una palabra, todas las operaciones de la posesión divina[2].

En la Antigüedad, es común en el contexto de muchas religiones, y puede encontrarse de modo particularmente visible en Jesús y sus discípulos, así como en otros predicadores de su entorno.

Jesús sabe que, independientemente de su voluntad y de su conciencia, de él emanan poderes curativos.

Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí.» 47. Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. (Lucas, 8, 46-47)

De modo semejante a como ocurre con esa mujer, ocurre con otros muchos de sus seguidores.

Y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban curados. (Mateo 14, 36)

Otras veces cura mediante la palabra.

32. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. 33. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34.Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» 35. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. (Marcos, 7 – 32-35)

Esos poderes taumatúrgicos de Jesús, se dan también en sus discípulos.

Sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. 16.También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados. (Hechos, 5, 15-16)

De modo semejante, el poder teúrgico parece actuar en otros predicadores ajenos al grupo de Jesús.

38. Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» 39. Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. 40. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» (Marcos, 9, 38-40)

Se pueden diferenciar bien los prodigios que no están mediados por la voluntad autoconsciente de otorgar o de recibir el poder sagrado, los que no están mediados por la voluntad autoconsciente del que los otorga, y los que están mediados por la voluntad autoconsciente del que los otorga. Este último tipo es el que propiamente se denomina milagro.

La primera y mayor sistematización teórica de la teúrgia, según esta y otras diferenciaciones, se encuentra en el De Mysteriis Aegyptiorum, obra en la que Jámblico responde a las objeciones que Porfirio plantea a la teúrgia, y cuyo título completo es Respuesta del maestro Abamón a la carta de Porfirio a Anebo y soluciones a las dificultades que ella plantea[3].

Porfirio, el sistematizador de la lógica clásica, y probablemente el crítico más agudo y completo del cristianismo de la época histórica, no siente ante los milagros la animadversión que luego tienen ilustrados como Voltaire y Kant, deslumbrados por la mecánica newtoniana. No obstante, Porfirio se siente mucho más seguro, y se mueve con más certeza, en la lógica y en el discurso teo-lógico, y ese parece ser también el caso de los maestros de la proto-ortodoxia, tanto de Justino en Roma, como de Clemente y Orígenes en Alejandría o Atanasio en Antioquía.

Jámblico. Imagen 2

Jámblico, en su comprensión de lo simbólico, intenta dotar al ritual de fundamentación y sistematización filosófica, según la sabiduría platónica. Proporciona así el primer estudio que permite articular, de modo inteligible, la correspondencia entre minerales, vegetales, animales y acontecimientos siderales, que practica y desarrolla el homo sapiens desde el paleolítico más remoto (CORP § 31, MORN §§ 43-44, ROREM § 61)[4]. Eso es lo que hacen también Juliano el Apóstata, Proclo y otros, en las comunidades de los misterios.

Pero la ortodoxia cristiana solo toma de Jámblico, para aplicarla a la teología de los sacramentos, la doctrina de la eficacia de éstos al margen de la conciencia del que los otorga, la doctrina de la eficacia ex opere operato, (“eficacia por sí misma de la acción ejecutada”), y no ex opere operantis (“eficacia en virtud de la intención del que ejecuta la acción”)[5]. Aparte de esto, el peso decisivo en las controversias de construcción de la ortodoxia en los primeros concilios, se carga del lado del discurso teo-lógico.

La ortodoxia cristiana adopta la posición de Porfirio, confía la determinación de la identidad del cristianismo al discurso teo-lógico, y deja a un lado la práctica teúrgica[6].

A lo largo del primer milenio, la teúrgia es marginada y considerada como propia del ámbito pagano inicialmente y, posteriormente, propia del ámbito satánico. Esta consideración se mantiene en los tribunales de la inquisición medieval y moderna, y continúa vigente en la interpretación pública de la realidad hasta el siglo XXI[7].

 

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NOTAS

[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Thaumaturgy; https://en.wikipedia.org/wiki/Theurgy

[2] Proclo, Teologia platonica, 1.26.63, Milano: Bompiani, 2012.

[3] Hermoso Félix, María Jesús, El símbolo en el “De mysteriis” de Jámblico: la mediación entre el hombre y lo divino, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2011. El título abreviado “De mysteriis” es el que se establece como común a partir de la edición de Marsilio Ficino de 1497. Edición española: Jámblico, Sobre los Misterios Egipcios, Ramos Jurado E. A. (trad.) Madrid: Gredos, 1997.

[4] Esa correspondencia entre los elementos por simpatía, oposición, y otros tipos de relaciones, tiene cierta vigencia en el medievo, y en la ciencia premoderna, y desaparece con Galileo y la nueva ciencia matemática. Cfr., Foucault, M., Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México: Siglo XXI, 1968.

[5] Hago constar mi agradecimiento a mi colega Jesús de Garay por la información sobre la relación entre Jámblico y la doctrina de la eficacia sacramental ex opere operato en la teología cristiana,

[6] La teúrgia, en la forma del milagro, es requerida en la práctica de la Iglesia católica en las causas de canonización de los santos.

[7] En la Edad Media, fue demonizada y considerada maléfica e inaceptable. La práctica de la teúrgia pasó a llamarse ars goetia, locución derivada de una palabra griega que significa “brujería” o “magia negra”. Este punto de vista es difundido en el siglo XX a partir de la obra de Dodds, The Greeks and the Irrational, University of California Press, 1959, donde se considera la obra de Jámblico como un manifiesto del irracionalismo.

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Jacinto Choza ha sido catedrático de Antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es profesor emérito. Entre otras muchas instituciones, destaca su fundación de de la Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (SHAF) en 1996, Entre sus última publicaciones figuran Antropología y ética ante los retos de la biotecnología. Actas del V Congreso Internacional de Antropología filosófica, 2004 (ed.). Locura y realidad. Lectura psico-antropológica del Quijote, 2005. Danza de oriente y danza de occidente, 2006 (ed).

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