¿Por qué necesitamos la belleza?

 

Resumen

Los seres humanos nos caracterizamos por tener no solamente necesidades biológicas, sino que precisamos cubrir otras, más propiamente biográficas, que son inutilitarias, como puede ser la búsqueda de belleza. Este artículo, que brota de la metafísica de la vida humana y de la metafísica de la persona, profundiza en tres tipos de razones que explican por qué los humanos tenemos la necesidad de la belleza: en primer lugar, se expone una razón metafísica; en segundo lugar, una antropológica y en último término, se incide también en la dimensión curativa de la misma.

Palabras clave:

belleza, metafísica del arte, antropología del arte, capacidad curativa del arte, Scruton

Abstract:

We human beings are characterized by not only having biological needs, but we need to cover others, more properly biographical, that are useless, such as the search for beauty. This article, which stems from the metaphysics of human life and the metaphysics of the person, delves into three types of reasons that explain why humans have the need for beauty: first, a metaphysical reason is exposed; secondly, an anthropological one and, ultimately, the healing dimension of it is also stressed.

Keywords:

beauty, metaphysics of art, anthropology of art, healing ability of art, Scruton

 

Introducción 

Ejemplo de belleza en una ciudad
Plaza de España de la ciudad de Sevilla. Imagen 1

Contemplar la capacidad creativa de la especie humana muestra datos bastante reveladores, desde el punto de vista estético, pues cualquier espectador puede constatar que la persona quiere vivir en ciudades hermosas, habitar paisajes cuidados, desarrollar su existencia en viviendas confortables y bonitas o vestir ropas elegantes. Si nos comparamos con cualquier especie animal, podríamos cuantificar como elevado el grado de sofisticación y búsqueda de lo inutilitario en todo lo que hacemos. 

El ser humano es un “constructor de belleza”, que se refleja en multitud de aspectos, desde las ciudades en las que vive hasta el cuerpo que viste o maquilla.

 

¿Por qué necesitamos la belleza?

Pero la filosofía -que ha sido siempre el arte de hacerse preguntas- no se ha conformado con constatar que efectivamente es así, sino que se cuestiona por qué el ser humano despliega tamaño despliegue de energías para algo que en el fondo no sirve aparentemente para nada: en principio, haría la misma función biológica vivir en una ciudad fea que bella, habitar una casa descuidada que bonita, o vestir una ropa cualquiera que elegante. ¿Es así? Lo cierto es que, si a estas cuestiones nos acercamos con una mentalidad positivista o materialista, podríamos responder que sí, que efectivamente da igual la fealdad que la belleza.

Pero el hecho es que, si contrastamos nuestra teoría sobre la vida humana con la realidad -pues una buena filosofía ha de ser siempre un camino de ida y vuelta-, una y otra vez constatamos que el ser humano no parece resultar satisfecho con cubrir simplemente las necesidades simples y, de alguna manera, sofistica su entorno y se sofistica a sí mismo, en un esfuerzo por transformar todo lo que le rodea.

 

¿Por qué los seres humanos multiplicamos mundos mediante imágenes?

En su obra La imagen de la vida humana, mucho menos conocida que su Historia de la filosofía, su Antropología metafísica o su España inteligible, Julián Marías, que tenía una mirada muy sensible hacia todas estas cuestiones, se lo pregunta ante la mera existencia de las artes: ¿Por qué el hombre duplica mundos? ¿Por qué los humanos tenemos una “extraña avidez de imágenes”[1]?, que nos lleva a complicarnos la existencia, difícil ya de por sí, multiplicando mundos en la novela, el teatro o el cine y buscando en ellos, de una manera muy explícita, la belleza?

Lo cierto es que su respuesta va en la dirección de que las artes, en todas sus formas, son en el fondo una “imagen de la vida humana” -de ahí el título del libro-. A lo largo de su historia, la persona no se ha conformado con vivir su vida sin más, sino que ha necesitado imaginarla, anticiparla, embellecerla y que en ello ha invertido las mejores de sus energías.

Podríamos encontrar tres posibles respuestas, desde la metafísica de la vida humana desarrollada por José Ortega y Gasset y desde la metafísica de la persona, desarrollada por el propio Julián Marías, que pueden dar razón de este sorprendente hecho, que atraviesa la historia de la humanidad, desde que nuestros ancestros pintasen las Cuevas de Altamira o adornasen sus cuerpos hasta la creación digital contemporánea.

 

1. Razón metafísica: centauros o sirenas ontológicos

El ser humano, algo más que un mero ser racional

La primera de estas razones señala al hecho de que, en la consideración de la propia realidad humana, es preciso ampliar nuestra comprensión de la misma, atreviéndonos a despegarnos de la filosofía griega, que ha tendido a entender el hombre, o bien como una forma muy peculiar de animalidad, caracterizada por la racionalidad o bien como una sustancia, compuesta de una materia y una forma.

Pues si bien es cierto que la persona es un ser racional, es problemático que vengamos definidos por ello, ya que, dejando aparte el hecho de que en el humano hay una cierta dosis de irracionalidad, también tiene otras dimensiones, que no parecen poder ser subsumidas simplemente en la racionalidad. Sería, por ejemplo, el caso de la afectividad[2].

Pero habría que señalar también que la realidad humana, sin duda vista como un hecho biológico por el ojo científico de Aristóteles, no puede ser reducida a esta esfera, porque el humano “se escapa” de ella: se mueve, tanto o más que en el nivel biológico, en el nivel de lo biográfico, que implica una referencia a todo un mundo de vivencias propias, de ilusiones, proyectos y deseos, de sueños y futurición.

Centauros ontológicos

José Ortega y Gasset desplegó todo su poder metafórico cuando se refirió a esta potencia del hombre al reflexionar sobre el origen de la invención humana, en su obra Meditación de la técnica. El hombre, como el centauro, la criatura mitológica que comparte parte de cuerpo equino y parte de cuerpo heroico, es ya de por sí, en sentido metafísico, un ser dual, pues vive continuamente entre dos mundos: el de la realidad y el de la irrealidad, el de aquello que ya es y el de aquello que le empuja a seguir siendo. Es, por su propia realidad, un “centauro ontológico”[3]. Desde esta perspectiva, el humano, para serlo, necesitaría que ambas esferas se comunicasen de manera armónica.

Sirenas 

En esta obra, Julián Marías expresa la idea de que la mujer es una “sirena ontológica”. Imagen 2

Con fino sentido antropológico, Julián Marías completará esta metáfora con la versión femenina de la misma: en su obra Cervantes, clave española -buen ejemplo para expresar esa capacidad imaginativa del hombre- da a entender que la mujer es una “sirena ontológica”[4], pues es evidente que a lo largo de la historia también ha existido una versión femenina de la imaginación y, a fin de cuentas, si la realidad humana es una combinación entre realidad e irrealidad con vistas a seguir siendo uno mismo, también habría que contemplar la posibilidad de que esa proyectividad haya sido realizada femeninamente.

Esta capacidad de imaginarse la mujer a sí misma y de buscar la belleza, no encuentra mejor ejemplo que en el fenómeno del maquillaje, como muestra el mismo filósofo al comienzo de la obra La imagen de la vida humana, cuando propone una lectura antropológica de esta cuestión. Frente a posiciones del pasado según las cuales la mujer era una especie de impostora o de falsificadora al usar el maquillaje, frente a la idea de que maquillarse es una muestra de querer ocultar la realidad, Marías ejerce, una vez más, su visión responsable, la idea de que la filosofía ha de partir de la evidencia y de explicar aquello que ve: la mujer se maquilla porque busca perfeccionarse y es que, a fin de cuentas ¿no es la voluntad de perfeccionamiento una de las mejores muestras de que la realidad humana siempre aspira a ser más, a ser mejor?

La lectura de Marías de este hecho, mayoritariamente femenino, responde al hecho de que la mujer se proyecta a sí misma y este es un dato mayúsculo, que ha de ser tomado en serio desde el punto de vista metafísico.

El carácter inacabado de la realidad humana

Con una bellísima metáfora para explicar por qué la mujer vive entre dos mundos, el de la realidad y el de la irrealidad, Julián Marías dirá que la mujer es una “sirena ontológica”. Imagen 3

El ser humano necesita la belleza porque está constituido, de por sí, por una zona de irrealidad; por paradójico que pueda resultar, su propia realidad ya implica la irrealidad o virtualidad, y para poder seguir siendo, necesita imaginarse a sí mismo y hacerse una imagen de su mundo. La búsqueda de belleza sería un dato revelador de este carácter inacabado y permanentemente susceptible al perfeccionamiento de la realidad humana.

No podría decirse mejor con menos palabras que con aquellas contenidas en Mujer de rojo sobre fondo gris, la novela de Miguel Delibes, cuando el personaje de Ana, la mujer del pintor Nicolás, sostiene:

La estética también cuenta[5].

En otro pasaje, con mayor profusión y énfasis, escribiría el novelista vallisoletano sobre la misma cuestión, refiriéndose a la capacidad de entender la belleza que tenía su mujer, quien no tenía una educación muy sofisticada, sino que provenía de una humilde familia y, sin embargo, era muy sensible a esta realidad:

¿De quién aprendió entonces que una rosa en un florero puede ser más hermosa que un ramo de rosas o que la belleza podía esconderse en un viejo reloj de pared destripado y lleno de libros?[6].

Podríamos nosotros contestar que Ana -Ángeles de Castro en la vida real- lo aprendió de sí misma, porque su propia contextura humana le reveló que la búsqueda de la belleza está en lo grande y lo pequeño, en lo cósmico y lo cotidiano. 

Representación de la protagonista de Mujer de rojo sobre fondo gris. Ilustración digital creada por Chynna Linato. Imagen 4

Razón metafísica: la necesidad de los humanos de proyectarse y crear

En definitiva, podríamos decir que esta primera respuesta metafísica a la cuestión de por qué los humanos necesitamos la belleza se podría formular como: precisamos de ella porque dentro de nuestra configuración estructural, está el hecho de que necesitamos proyectarnos y crear. Y esto, en un sentido mucho más radical al platónico cuando afirmaba en El banquete:

En este período de la vida […], más que en ningún, otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí[7],

pues el filósofo ateniense se refiere a la capacidad humana de aspirar a las realidades ideales, externas al hombre e incluso al mundo sensible, mientras que desde la perspectiva orteguiana el hombre aspira a la belleza porque con ello está aspirando a desarrollar lo que ya es una dimensión intrínseca suya.

 

2. Razón antropológica: la creación inutilitaria

Esta segunda razón está en estrecha relación con la primera, pues tomar en serio el dato de que la persona es un tipo de realidad completamente distinta a la material o animal implica modificar los fundamentos antropológicos.

Tanto Ortega como Marías inciden sobre el dato de que el ser humano busca lo inutilitario, y esto revela que no es solo un animal racional -la búsqueda de lo meramente utilitario parecería ser el camino más corto para la consecución una existencia lograda-, sino acaso una criatura imaginativa, insatisfecha, deseante, etc.

Lo biográfico por encima de lo biológico

El dato antropológico evidente es que el humano no se conforma con satisfacer necesidades meramente biológicas, sino que se reserva tiempo y energías para la creación de lo biográfico. Y todo esto parecer importarle más, porque es el espacio donde se revela como un quién único. En ese sentido habría que entender las palabras del pintor Joaquín Sorolla, cuando le escribía a su mujer, resumiendo sus dos amores y quizá haciendo notar cómo su extraordinario talento artístico en el fondo estaba entremezclado con su instalación amorosa:

Videojuego de gran belleza
Algunos videojuegos muestran un extraordinario despliegue de belleza, como Gris (2018). Imagen 5

siempre te digo lo mismo, pintar y amarte, eso es todo, ¿te parece poco? (Carta a Clotilde, 23 de febrero de 1908).

 

En términos contemporáneos, es asombrosa la búsqueda de belleza que podemos encontrar en los nuevos ámbitos audiovisuales, como por ejemplo, en algunas experiencias que nos ofrece el cine, como puede ser la reciente película Avatar 2[8], una completa inmersión estética en un escenario marino o incluso en ciertos videojuegos, como puede ser el titulado Gris[9], la historia de una muchacha perdida en su propio mundo melancólico, a la que el jugador va acompañando en su dolor, que está representado por su vestido y que es un despliegue estético en los paisajes, formas e incluso movimientos.

 

La búsqueda de la belleza se escapa de cualquier límite

Hay otro dato antropológico del mayor interés y es el hecho de que todas las culturas buscan la belleza; puede que el ideal de belleza sea distinto en cada una, e incluso contradictorio, pero lo cierto es que una observación objetiva de la humanidad trae como evidencia que todos los estratos de las distintas sociedades la buscan. La belleza no es un patrimonio exclusivo de ciertas clases sociales ni de ciertas zonas del mundo. Una mujer de una casta inferior en India puede mostrar con sus vestidos, con su peinado y maquillaje, con su forma de bailar, que efectivamente también es suyo el patrimonio de la belleza.

La belleza, podríamos decir, la belleza se escapa de cualquier límite: no es solo propiedad de niveles económicos elevados o de determinadas latitudes geográficas.

 

3. Razón curativa: la belleza que sana

El arte como refugio

Hay una tercera razón que explica por qué los seres humanos necesitamos buscar la belleza, y además constantemente, que tiene que ver con la finitud y limitación de la vida: el humano ha encontrado históricamente en el arte una especie de refugio del malestar de vivir y de una existencia poco lograda, así como de los males colectivos y de la falta de libertad.

En la búsqueda de la belleza el hombre ha encontrado una medicina metafórica para los males de su alma y para el dolor de vivir, pues en el fondo es consciente de que la vida está llena de problemas y para sobrellevarlos necesita un oasis vital.

Pensemos en la desesperación que pudo llegar a sentir Beethoven al darse cuenta de que estaba perdiendo el sentido del oído y que le permitía conectar su mundo interior con el exterior o en la asfixia que sienten tantos jóvenes contemporáneos cuando les resulta difícil encontrar su alguien personal en un mundo tan tecnologizado y expresan sus incógnitas en forma de arte urbano.

El feísmo deprime y deshumaniza

Hay un dato importante, para el buen observador y cultivador de la belleza, y es la existencia a su vera de la fealdad. Es un dato evidente en nuestros días que, habiendo llegado a ser mucho más accesible para la mayor parte de la población el cultivo de la belleza, primariamente con la de la propia corporeidad, que, en otras épocas, sin embargo, la nuestra muestra una chocante búsqueda del feísmo: en la ropa, en el lenguaje, en los gestos, en el estilo de vivir, en las formas de ocio.

Y lo cierto es que la evidencia de su generalidad no oculta la impresión que al humano le produce la fealdad: el feísmo nos deprime, en cierta manera nos deshumaniza, porque elimina de nosotros los resortes del refinamiento propiamente humano. La sensación que nos produce el cultivo directo de lo feo es la del primitivismo, porque efectivamente, su búsqueda expresa nos animaliza, al bloquear en nosotros la capacidad de irrealidad.  

Hoy, además, este cultivo del feísmo es utilizado como un elemento de transgresión, de ruptura con pautas a las que se quiere mostrar un gesto de desprecio por considerarlas viejas o incluso como una muestra de supuesta creatividad. Sin embargo, a veces lo que revela es justamente una falta de la misma, pues lo que hace es recaer en modelos primitivos, es decir, constituyen una regresión de lo humano. Existe en nuestros días, por añadidura, el peligro de que ese feísmo nos invada sin desearlo, por la omnipresente tecnología.

La capacidad curativa de la belleza

En este panorama, a veces desolador por el elemento de deshumanización que entraña, el arte se revela como un saber humano con esa cierta capacidad curativa, pues su cultivo implica la creación personal, privada, pero también la comunicación de intimidades, quizá con algunas especialmente logradas y cultivadas. En este sentido, sigue siendo una posible vía de superación del primitivismo y un decisivo aporte de humanidad.

Roger Scruton se pregunta por la importancia de la belleza

En este sentido se expresa el filósofo británico Roger Scruton, cuando en su obra La belleza, se pregunta ¿por qué la belleza importa?[10]. Desde su punto de vista, su cultivo es decisivo, porque así convertimos el mundo en nuestra casa y además lo humanizamos. Por otra parte, con la belleza nos entendemos a nosotros mismos como seres espirituales y nos resistimos a llevar vidas regidas por el primitivismo. Pues no todas nuestras necesidades son prácticas, sino que tenemos necesidades de otro tipo, como pueden ser las espirituales, las morales, las éticas y las estéticas, que no se atienden ni satisfacen de la misma manera que las biológicas y físicas.

Desde el punto de vista de Scruton, que tiene admiraciones platónicas, la belleza es una llamada de otro mundo, pues en el fondo todos, como seres humanos, somos llamados a salir de la caverna y ver la luz, como en el mito del gran ateniense. La búsqueda de la belleza es en último término curativa porque nos permite ir más allá de nosotros mismos, vislumbrando la potencia de la divinidad. En este sentido, el filósofo británico expresa en su obra que perder la belleza sería peligroso para el humano, pues con ella perderíamos asimismo el sentido de la vida. En este sentido, al referirse a la necesidad humana de la belleza, no podemos verla como un capricho subjetivo, sino más bien como una necesidad universal de los seres humanos. ¿Qué pasaría si no la buscásemos, si no la cultivásemos? Probablemente la existencia humana se convertiría en un desierto espiritual.

Dos ejemplos de belleza

Scruton habla en su obra de dos obras muy notables de la historia de la pintura. La primera de ellas es El nacimiento de Venus, de Botticelli, que no solo es la diosa Venus, sino de manera mucho más personal, su amada ideal, Simonetta Vespucci. El hecho de pintarla en un cuadro fue su manera de curarse de su ausencia física, tras su prematura muerte.

belleza del Renacimiento italiano
Simonetta Vespucci, el amor ideal de Botticelli. Imagen 6

 

 

Simonetta Vespucci, el amor ideal de Botticelli, que murió de tuberculosis en plena juventud y con cuyo retrato, en forma de Venus, el pintor quiso representar su búsqueda de belleza y amor puro.

 

 

 

 

 

 

 

En este retrato, Rembrandt plasmó a su anciana madre y, sin embargo, también reflejó en él una belleza que va más allá de la física. Imagen 7

 

 

La segunda de esas obras es el retrato de la madre de Rembrandt, mucho menos llamativo en la perfección de sus formas, pero elocuente como representación de la belleza, pues la contemplación de esta mujer anciana, ya curtida por los trabajos de la vida, no oculta el hecho de que, en su manera de pintarla, el artista mostró su indeleble amor por ella. Se trata ciertamente de un rostro que no es bello y, sin embargo, hay una belleza que traspasa la mera corporeidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

4. Conclusión: la belleza es habitabilidad

Tras haber analizado las tres posibles respuestas, complementarias entre sí, acerca de por qué el humano necesita la belleza, llegamos a la certeza de que el hombre precisa, a veces más de lo que sospecha, de esta dimensión de la realidad. Siguiendo a Scruton, el mayor logro de la belleza es convertir el mundo en habitable, hacerlo nuestra casa, de tal manera que podamos así ampliar el abanico de nuestras alegrías e incluso una posibilidad de mitigar nuestros sufrimientos. Hay una cierta dimensión redentora en la belleza, según la cual nos parece que ha merecido la pena pasar penalidades para conseguirla. E incluso verá Scruton un cierto paralelismo entre el arte y la religión, pues ambas permiten humanizar el mundo, así como redimirnos de nuestros sufrimientos. Lo sagrado y lo hermoso, vendrá a decir, son dos puertas que conducen al mismo salón: el espacio de nuestro hogar.

 

Otro artículo de Nieves Gómez Alvarez publicado en esta web:

España invertebrada 100 años después. Una lectura metafísica (Julio 2021)

 

 

NOTAS 

[1] Marías, J. (1969): La imagen de la vida humana, en: Obras V. Madrid: Revista de Occidente, Cap. I. “La vida humana y la imaginación”, pp. 533 y ss.

[2] Burgos, J. M. (2008): Antropología, una guía para la existencia. Madrid: Palabra. Cap. 4. La afectividad, pp. 109 y ss. Burgos dirá en esta obra que la persona tiene la capacidad de entender, pero el “sentir”, ámbito de la afectividad, no es reductible al pensar, sino que constituye otra esfera de la misma. Se trata de una dimensión esencial.

[3] Ortega y Gasset, J. (2006): Meditación de la técnica, en: Obras completas V (1932-1940). Madrid: Taurus, pp. 569-570.

[4] Marías, J. (2003): Cervantes, clave española. Madrid: Alianza Editorial, Colección Libros Singulares, Cap. 13. “Reabsorbiendo la circunstancia”, p. 79.

[5] Delibes, M. (20218ª impr.): Mujer de rojo sobre fondo gris. Barcelona: Planeta, p. 44.

[6] Ibid., p. 84.

[7] Platón (1998): El banquete, 211c-d, en Diálogos III. Fedón, Banquete, Fedro. Traducciones, Introducciones y Notas: C. García Gual, M. Martínez Hernández, E. Lledó Íñigo. Madrid: Gredos, p. 264.

[8] James Cameron (dir.), USA 2022. Reseña y tráiler en: https://decine21.com/peliculas/avatar-el-sentido-del-agua-45468

[9] Nómada Studio, España 2018. Comentario y vídeo en: https://www.xataka.com/videojuegos/gris-analisis-juego-bonito-ano-tambien-uno-mejores-indies-generacion , donde se lo describe del siguiente modo: “Gris, análisis: el juego más bonito del año es también uno de los mejores indies de la generación”.

[10] Scruton, R. (2017): La belleza. Barcelona: Elba.

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Nieves Gómez Alvarez
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Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía, Profesora en el Máster de Antropología (AEP- UDIMA). Profesora de Creatividad y Experiencia estética en la Universidad Villanueva (Madrid)

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