La educación en la esperanza

en Going My Way (Siguiendo mi camino,1944) de Leo McCarey

 

La humildad del P. O’Malley (Bing Crosby) la clave para educar en esperanza desde la libertad en Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944 de Leo McCarey. Imagen 1

 

Resumen:

En esta tercer contribución dedicada a Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944) comenzamos haciendo un paralelismo entre la película y la conferencia pronunciada dos años antes por el filósofo francés Gabriel Marcel, El esbozo de una fenomenología y una metafísica de la esperanza. El cine personalista, que pone su centro en mostrar la dignidad de la persona humana, encuentra refrendo en sus planteamientos cuando lo leemos desde los autores del personalismo filosófico, como puede considerarse que sea Marcel.

En el primer apartado buscamos desarrollar la definición de esperanza de Marcel (la esperanza es esencialmente la disponibilidad de un alma tan profundamente comprometida en una experiencia de comunión como para llevar a cabo el acto que trasciende la oposición entre el querer y el conocer, mediante el cual ella afirma la perennidad viviente de la cual esta experiencia le ofrece, a la vez, la prenda y las primicias) y ejemplificarla a través del modo de proceder como educador de la esperanza del P. O’Malley.

En el segundo apartado abordamos distintos elementos que ayudan a Marcel a configurar la esperanza: el yo espero, la situación de cautividad, la aspiración a la libertad, la trascendencia de la esperanza con respecto a sus objetos, la diferencia entre el “yo dudo” o “Yo estoy seguro” con respecto al “yo espero”, la distinción entre optimismo y esperanza, la contraposición entre desesperación y esperanza, la intrínseca relación entre esperanza y paciencia… En todos estos rasgos encontramos una ejemplificación en Going My Way, lo que correlativamente ayuda a considerar la película con una mayor penetración e interpelación antropológica.

En el tercer apartado explicitamos la conexión entre esperanza, libertad y amor, en la caracterización ontológica de la esperanza según Marcel. Para el escritor francés la marca ontológica de la esperanza es que sea absoluta, lo que le permite proponer filosóficamente su relación con un Tú con mayúscula, que sostiene y desarrolla un modo de relacionarse con los acontecimientos desde la confianza. Particularmente permite una relación de apertura hacia la libertad de los demás que hace posible el amor. La esperanza lleva a la comunión y esta misma refuerza la esperanza. Desde estas coordenadas se pueden interpretar todas las experiencia de renovación que nos encontramos en Going My Way.

En el cuarto apartado comenzamos con el texto filosófico fílmico de Going My Way. Tras los títulos de crédito analizamos la primera escena, en la que se ve al P. Fitzgibbon (Barry Fitzgerald) que recibe presiones para que pague la hipoteca que pende sobre la parroquia. Una presentación de la realidad eclesial desde una perspectiva económica administrativa. Quizás el resultado de sus rezos sea la inesperada aparición del P. O´Malley.

En el quinto apartado vemos que, aunque el P. O’Malley (Bing Crosby) puede ser la respuesta a los ruegos de P. Fitzgibbon dista de ser ese hombre heroico y resolutivo que venga a solucionar por él mismo tos los problemas- Más bien parece un hombre sencillo y humilde, que tiene dificultades para ser acogido de manera cordel por algunos vecinos.

Palabras clave:

Personalismo fílmico, esperanza, libertad, amor, paciencia, comunión, materialismo

Abstract:

In this third contribution dedicated to Going My Way (1944) we begin by drawing a parallel between the film and the lecture given two years earlier by the French philosopher Gabriel Marcel, The Outline of a Phenomenology, and a Metaphysics of Hope. Personalist cinema, which places its center in showing the dignity of the human person, finds endorsement in its approaches when we read it from the authors of philosophical personalism, as Marcel can be considered to be.

In the first section we seek to develop Marcel’s definition of hope (hope is essentially the readiness of a soul so deeply engaged in an experience of communion as to carry out the act that transcends the opposition between wanting and knowing, by which it affirms the living perenniality of which this experience offers it, at once, the pledge and the first fruits) and to exemplify it through Fr. O’Malley’s way of proceeding as an educator of hope.

In the second section we deal with different elements that help Marcel to configure hope: I hope, the situation of captivity, the aspiration to freedom, the transcendence of hope with respect to its objects, the difference between «I doubt» or «I am sure» with respect to «I hope», the distinction between optimism and hope, the contrast between despair and hope, the intrinsic relationship between hope and patience… In all these features we find an exemplification in Going My Way, which correlatively helps to consider the film with greater penetration and anthropological interpellation.

In the third section we make explicit the connection between hope, freedom, and love, in the ontological characterization of hope according to Marcel. For the French writer, the ontological mark of hope is that it is absolute, which allows him to philosophically propose its relationship with a You with a capital Thou, which sustains and develops a way of relating to events based on trust. In particular, it allows a relationship of openness to the freedom of others that makes love possible. Hope leads to communion and communion itself strengthens hope. It is from these coordinates that we can interpret all the experiences of renewal that we find in Going My Way.

In the fourth section we begin with the philosophical filmic text of Going My Way. After the credits we analyze the first scene, in which we see Fr. Fitzgibbon (Barry Fitzgerald) being pressured to pay the mortgage hanging over the parish. A presentation of the ecclesial reality from an administrative economic perspective. Perhaps the result of his prayers is the unexpected appearance of Father O’Malley.

In the fifth section we see that, although Fr. O’Malley (Bing Crosby) may be the answer to Fr. Fitzgibbon’s pleas, he is far from being the heroic and resolute man who comes to solve all the problems by himself – he seems rather a simple and humble man, who has difficulties to be received in a cordial way by some of the neighbors.

Keywords:

Filmic personalism, hope, freedom, love, love, patience, communion, materialism

 

1. EL ESBOZO DE UNA FENOMENOLOGÍA Y UNA METAFÍSICA DE LA ESPERANZA DE GABRIEL MARCEL

El cine personalista, que pone su centro en mostrar la dignidad de la persona humana, encuentra refrendo cuando lo leemos desde los autores del personalismo filosófico

En una conferencia publicada en Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, con el indicativo título de El esbozo de una fenomenología y una metafísica de la esperanza (Marcel, 2022b), el filósofo de la existencia Gabriel Marcel realiza un ejercicio de profundización filosófica sobre el sentido de la esperanza. Una indagación que puede ayudar de una manera iluminadora y sagaz a entender probablemente de un modo mejor lo que Leo McCarey nos presenta en la pantalla con Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944).

Como venimos mostrando de manera continua a lo largo de esta investigación el cine personalista, que pone su centro en mostrar la dignidad de la persona humana, encuentra refrendo en sus planteamientos cuando lo leemos desde los autores del personalismo filosófico. Aunque Marcel no aceptara con agrado que se le pudiera clasificar de este modo, sin duda sus reflexiones pueden ser incluidas dentro de este movimiento, como han mostrado entre otros José Luis Cañas (1998) o Juan Manuel Burgos (2012). En estos momentos, creemos con argumentos críticos que las exposiciones de Gabriel Marcel sobre la esperanza ayudan a comprender lo que Leo McCarey está situando en la pantalla. Especialmente a través del personaje del Padre O’Malley (Bing Crosby) que, como hemos podido ya indicar, es un como un trasunto de los planteamientos del director en la acción[1].

La esperanza es esencialmente, se podría decir, la disponibilidad de un alma tan profundamente comprometida en una experiencia de comunión

Marcel no comienza la conferencia aludida definiendo lo que es la esperanza. Busca hacer un discurso persuasivo sobre lo que conlleva. Lo deja para el final. Pero, por nuestra parte, consideramos que simplifica su lectura invertir ese procedimiento y arrancar de esta delimitación de la esperanza para desde ella recuperar algunos de los elementos que han permitido su delimitación.

Quizá a partir de estas consideraciones nos acercamos finalmente a la definición que rechazamos poner al inicio de nuestro análisis: la esperanza es esencialmente, se podría decir, la disponibilidad de un alma tan profundamente comprometida en una experiencia de comunión como para llevar a cabo el acto que trasciende la oposición entre el querer y el conocer, mediante el cual ella afirma la perennidad viviente de la cual esta experiencia le ofrece, a la vez, la prenda y las primicias. (Marcel, 2022c: 79)

El personaje del P. O´Malley desarrolla una actividad que sintoniza claramente con cada uno de etos elementos definitorios de la esperanza

Los elementos que de destacan de ella son:

  1. compromiso con la experiencia de comunión;
  2. acto que trasciende la oposición entre el querer y el conocer;
  3. afirmación perennidad viviente de la experiencia de la esperanza, que constituye a su vez su prensa y su primicia.

 

Aunque profundizaremos en cada uno de estas consideraciones, no resulta precipitado anticipar que el personaje del P. O´Malley desarrolla una actividad que sintoniza claramente con cada uno de estos elementos, que para Marcel son definitorios de la esperanza.

En efecto, O’Malley aparece en la película con la misión de trabajar en una parroquia en la que la aparente solidez que sugieren sus muros es en realidad un espejismo. La situación económica es muy preocupante, pero sobre todo su propia misión pastoral parece anquilosada: no se está dando respuesta a los jóvenes. Para O’Malley ambas cosas pueden trabajarse de modo unificado. La sostenibilidad material se podrá encauzar de otro modo si se trasforma la manera de estar de los miembros en la comunidad parroquial. Tendrá la mirada puesta en aquello que las jóvenes generaciones pueden esperar de ella. Su manera de enfocar su acción no es la de un líder individualista con soluciones técnicas desde estructuras de manos. Estaremos ante el proceder de un educador en una experiencia de comunión.

McCarey está emplazando a la sociedad occidental a que de las sucesivas crisis que han llevado a la guerra emprenda un camino nuevo que pase por otra manera de generar el tejido comunitario

Y detrás de esto McCarey no está tratando de un a fórmula pastoral adecuada sólo para una obra de la Iglesia Católica —o de cualquier otra confesión cristiana, o incluso, para cualquier asociación o comunidad que quiera mantener entre sus miembros lazos verdaderamente humanos—. Más bien está emplazando a la sociedad occidental —principalmente a la estadounidense, pero no sólo— a que de las sucesivas crisis que han llevado a la guerra —quiebra económica, solución totalitaria ante la pobreza de las masas, enfrentamiento defensivo frente a aquellos cuya acción militar invasiva en el peligro de secuestrar la libertad y la dignidad de las personas— emprenda un camino nuevo que pase por otra manera de generar el tejido comunitario. Ahora basado en la preocupación hacia el otro.

Su apelación a la esperanza y a la comunión no procederán de ningún discurso dialéctico. Será una propuesta que nace del propio ser del personaje. Y contará con el eco que puede llegar a suscitar en los otros. Como veremos, que el propio protagonista fuese un cantante de éxito le permitiría al director de origen irlandés proponer la música y la letra de las canciones como recurso propicio para unir las almas.

Lo que sí dispone es de ese modo de actuar “que trasciende la oposición entre el querer y el conocer»

McCarey presenta demás al personaje moviéndose en un contexto de incertidumbre. Los primeros encuentros con personas del territorio parroquial no son muy gratos. Le reciben pensando, literalmente, “que no ha comenzado con buen pie”. El propio párroco al que viene ayudar —en realidad tiene encomendada, como pronto se sabe, una superioridad de mando con respecto a él— tiene sus dudas de cómo una persona como O’Malley pueda haber querido ser sacerdote.

O’Malley trabaja desde la humildad y no tiene la pretensión de trasformar las cosas desde el poder o la superioridad técnica. Lo que sí dispone es de ese modo de actuar “que trasciende la oposición entre el querer y el conocer”. Entiende que viene a suscitar en la libertad del P. Fitzgibbon y de los jóvenes de la parroquia una lógica en la que el bien que él quiere se irá abriendo caminos. Aspira a que se pueda conseguir por medio de que sea fácilmente conocido, reconocido y querido por todos ellos. De nuevo se desprende con naturalidad que esta propuesta valía igualmente para las sociedades que se iban a configurar tras la Segunda Guerra Mundial.

El desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad

El Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos iba a recoger esa experiencia de esperanza y comunión, en la que se uniera el querer y el conocer. Podemos leerla de un modo que resulta armónico con los escritos de Marcel y la película de McCarey, que estamos analizando. Lo vemos posible a lo largo de toda su redacción, pero aparece expresado de un modo sintético en sus dos primeros párrafos.

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;

Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias… (O.N.U., 1948).

La prenda y las primicias debían estar en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias…

La perennidad viviente de la esperanza es al mismo tiempo su prenda y sus primicias, señala Marcel. Que O´Malley no ceje en su empreño a pesar de las distintas dificultades muestra que la lógica de la esperanza aparece de este modo peculiar. Es una hipótesis que se cumple a sí misma, porque las alternativas que buscarán hacerla desparecer no pueden ni deben encontrar el mismo crédito por parte de quien asume la vida con responsabilidad.

Los entornos de incertidumbre que se cernían sobre la humanidad a mitad de los años cuarenta del siglo XX sólo podían ser superados asumiendo el carácter libre del ser humano. Para salir de la barbarie que amenazaba, la prenda y las primicias debían estar, según hemos visto que señalaba el Preámbulo, en “que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias…”

Lo que será el futuro vendrá marcado por la esperanza de cada uno y su capacidad de amar

Al final de la película vemos al P. O’Malley seguir su camino, mientras cada uno de los otros personajes ocupan ya su puesto de responsabilidad e implicación en la parroquia. Lo que será el futuro vendrá marcado por la esperanza de cada uno y su capacidad de amar. Se simboliza de manera difícilmente superable con el reencuentro del P. Fitzgibbon con su ancianísima madre (Adeline De Walt Reynolds, tenía ochenta y dos años cuando actuó en la película). Un emblema de que las primeras experiencias de la vida del común de las personas se encuentran en haber recibido la vida de unos padres y especialmente, de haber crecido bajo el corazón de una madre. Un lugar cuya memoria siempre es grata y extrae las mejores energías morales.

Evocar el misterio de la familia

Una propuesta que continuamente se ha visto socavada en la segunda mitad del siglo XX y en los comienzos del siglo XXI. El propio Marcel, ya en 1942, en otra conferencia recogida en Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, ya aludía a esta contraposición que quebrando la lógica del amor familiar, anegaba la esperanza y dejaba sueltas tantas fuerzas destructivas.

Evocar el misterio de la familia será, pues, mucho menos pretender resolver una cuestión que obligarse a recuperarse, a presentar al alma una realidad cuya conciencia se ha borrado trágicamente desde hace varias generaciones, no sin que esta obnubilación haya contribuido a precipitar a los hombres en el infierno en el que los vemos debatirse hoy.[2]

Pero esta evocación constituye en sí misma una tarea, al tiempo simple en apariencia y en el fondo extraordinariamente difícil. Pues una realidad misteriosa sólo puede hacerse presente al que no sólo la redescubre, sino que tiene repentinamente conciencia de redescubrirla, y a quien al mismo tiempo se le revela que la había perdido por completo de vista. (Marcel 2022a: 84-85)

 

2. ALGUNOS RASGOS FILOSÓFICOS DE LA ESPERANZA, SEGÚN GABRIEL MARCEL

El «yo espero», considerado con su fuerza, está orientado hacia una salvación. Para mí se trata verdaderamente de salir de las tinieblas en las que estoy actualmente sumergido

El misterio ontológico y el misterio de la esperanza, dos conceptos fundamentales de Gabriel Marcel que iluminan la lectura de Going My Way de Leo McCarey. Imagen 2

Hemos emprendido nuestro análisis de la esperanza desde lo que Gabriel Marcel había dejado para el final. Ahora es el momento de recuperar algunos trazos de su argumentación. En los años de la invasión nazi de Francia era fácil aludir a esta experiencia compartida por la mayor parte de ellos: ante lo que se estaba viviendo como cautiverio, sólo se podía invocar una esperanza. Pero caigamos en la cuenta de que esta invocación se realizaba sin la seguridad que tenemos ahora los que leemos sus textos acerca de que esa trágica situación pudo superarse. Estábamos ante un puro ejercicio de predicar la superioridad de la esperanza frente a la desesperación, cuando no había ninguna seguridad acerca de quién iba a ganar la contienda.

En un primer momento de su razonamiento, el escritor francés había buscado encontrar la raíz de la esperanza en la experiencia común de esperar, de tener expectativas ante algo. A continuación da un paso más y se plantea lo que supone ante un bien común, algo, permítasenos insistir, que estaba de plena e incierta actualidad en el momento en el que escribe.

Supongamos ahora, por el contrario, que paso por una prueba, bien privada bien común al grupo al que pertenezco: aspiro a una cierta liberación que ponga fin a esta prueba. El «yo espero», considerado con su fuerza, está orientado hacia una salvación. Para mí se trata verdaderamente de salir de las tinieblas en las que estoy actualmente sumergido, y que pueden ser las tinieblas de la enfermedad, de la separación, del exilio, de la esclavitud. Es imposible evidentemente en tales casos disociar el «yo espero» de un cierto tipo de situación al que conduce. La esperanza se sitúa en el marco de la prueba a la que no sólo corresponde, sino que es una verdadera respuesta del ser. He usado el término metafórico de las tinieblas, pero aquí esta metáfora no tiene nada de accidental. Es cierto que en cualquier prueba del orden aquí considerado me veo privado durante un tiempo indeterminado de una cierta luz a la que aspiro. Por otra parte, diría de buena gana que toda prueba de este tipo puede asimilarse a un modo de cautividad. (Marcel, 2022c: 42)

Lo que caracteriza a todas las situaciones que evocamos es «acceder a una cierta plenitud vivida, que puede ser una plenitud del sentir o incluso del pensamiento propiamente dicho»

Para comprender adecuadamente la esperanza hay que partir, por tanto, de una situación de prueba, en la que el cautiverio correlaciona con la aspiración a una cierta liberación. Marcel precisa mejor en que consiste ese cautiverio.

Hay que subrayar el papel que juega aquí la duración: me considero cautivo si me encuentro no solo arrojado, sino comprometido, por una coacción exterior, con un modo de existencia que se me impone y conlleva restricciones de todo tipo respecto a mi propio actuar. Además, lo que caracteriza a todas las situaciones que evocamos en este momento es que implican invariablemente la imposibilidad a la que me veo reducido, no necesariamente de moverme o de actuar de una manera relativamente libre, sino de acceder a una cierta plenitud vivida, que puede ser una plenitud del sentir o incluso del pensamiento propiamente dicho. (Ibidem)

Cuanto menos se experimente la vida como cautividad, menos será capaz el alma de ver brillar esta luz velada, misteriosa, que está en el hogar mismo de la esperanza

Paralelamente, lo que caracteriza a las situaciones con las que se va enfrentando el P. O’Malley en Going My Way es la de una cierta inconsciencia del cautiverio que se está viviendo. El factor común de todas ellas se encuentra en que sea el dinero el que vaya marcando el ritmo de la convivencia. La raíz de la crisis del 29 estuvo en esa adoración del dinero especulativo, y a partir de este momento se desencadenaron todo tipo de principios de acción/reacción puramente materialistas, que sofocaron la iniciativa moral de las personas. De lo que se trata es de recuperar el sano sentido de una economía de mercado que ponga en el centro a la persona, sin confundirla con las consignas de un capitalismo salvaje que carece por completo de una visión más integral de la persona (Ballesteros, 2018; 2021: 172-199). Así lo explica Marcel:

Por una paradoja solo sorprendente para un pensamiento muy superficial, cuanto menos se experimente la vida como cautividad, menos será capaz el alma de ver brillar esta luz velada, misteriosa, que —y a lo sentimos antes de cualquier análisis— está en el hogar mismo de la esperanza. Es irrefutable, en particular, que un librepensamiento impregnado de naturalismo, en la medida en que se afana, con éxito desgraciadamente creciente, en desdibujar ciertos fuertes contrastes y en propagar por el mundo una claridad pálida de sala de conferencias, en la medida en que hace prevalecer, al tiempo, lo que he llamado la categoría de lo «simplemente natural», un libre-pensamiento dogmático y estandarizado a la larga se arriesga mucho con hacer perder a las almas hasta los rudimentos de la esperanza secular. (Marcel 2022c: 44)

La esperanza tiende irrevocablemente a trascender los objetos particulares a los que parece vincularse de entrada

¿Pero cuál es para Marcel el objeto de la esperanza, de qué trata propiamente? Marcel realiza dos observaciones altamente valiosas. En primer lugar señala “que la esperanza, por un nisus[3] que le es propio, tiende irrevocablemente a trascender los objetos particulares a los que parece vincularse de entrada”(Ibidem).

Pongamos el ejemplo de Going My Way: la esperanza que promueve el P. O’Malley va más allá de cada una de las situaciones que resuelve o que consigue orientar. Lo permanente de ella es que crea una corriente de solidaridad y de comunión entre las personas. El caso más notorio lo tenemos casi al final: cuando se ha conseguido pagar la hipoteca, la iglesia se quema, pero nadie se deja arrastrar por la decepción. La esperanza aprendida les permite enfrentar con entusiasmo el nuevo reto. Algo que tenía aplicación directa para tantas familias que podrán experimentar dificultades nuevas tras el final de la segunda guerra mundial[4]. Es la misma esperanza que se vivió durante el combate la que ahora debe guiar la construcción de una nueva vida en paz.

Algo totalmente distinto ocurre con el «yo espero». No hay ni puede haber aquí la nota de desafío, de provocación que se hace esencial tan fácilmente en el «dudo» y en el «estoy seguro».

La segunda observación tiene que ver con la diferencia entre el yo estoy seguro o yo dudo, y el yo espero. En los primeros casos señala Marcel algo que ya había observado en su conferencia sobre Yo y Otro[5] (Marcel 2022b: 25-40).

El yo, decía, conlleva muy a menudo y casi invariablemente una referencia a otro, sentido o concebido como adversario o como testigo, o incluso requerido o supuesto como caja de resonancia o como rectificador. […] No quiero naturalmente decir que yo estoy seguro o yo dudo implique inevitablemente esta toma de postura tan acentuada; pero lo cierto es que el sentido o la intención fundamental que anima el yo estoy seguro o el yo dudo no está en realidad desnaturalizada o deformada por la acentuación que acabo de mencionar. Algo totalmente distinto ocurre con el «yo espero». No hay ni puede haber aquí la nota de desafío, de provocación que se hace esencial tan fácilmente en el «dudo» y en el «estoy seguro». ¿En qué consiste esta diferencia? Ciertamente en que el «yo espero» no está orientado de la misma manera: aquí no hay afirmación dirigida hacia y al mismo tiempo contra un interlocutor presente o imaginado. Por supuesto, nada me impedirá decir en algunos casos «yo espero, mientras que usted no espera». Pero no existirá en absoluto el matiz de agresiva complacencia para consigo mismo que tan a menudo caracteriza, por el contrario, el «estoy seguro» o el «dudo». (Marcel 2022c: 45)

El optimista no tiene en cuenta lo que hay de humilde, de tímido, de casto, en la esperanza auténtica

Volviendo al P. O’Malley en ningún momento lo vemos imponiendo su punto de vista con superioridad hacia el P. Fitzgibbon ni hacia los jóvenes. La mirada contenida con la que Bing Crosby escucha —un recurso muy querido por la dirección de Leo McCarey— permite al otro que se exprese, que se tome su tiempo —veremos la importancia de esta expresión—, de manera que pueda unirse o no con libertad a las esperanzas del p. O´Malley.

Acertadamente desmarca Marcel la esperanza del optimismo. El optimista es alguien que proyecta su yo hacia el futuro porque “es quien tiene la firme convicción, o en algunos casos simplemente el vago sentimiento, de que las cosas «se arreglarán»” (Marcel 2022b: 45). Lo que se practica desde el optimismo, por tanto,  es diferente a lo que se cultiva desde la esperanza.

[El optimista] … no tiene en cuenta lo que hay de humilde, de tímido, de casto, en la esperanza auténtica […] ¿Cómo no ver que la humildad, el pudor o la castidad se resisten esencialmente a dejarse reducir, es decir, a entregar su secreto al pensamiento raciocinante? (Marcel 2022c: 47)

Solo puede haber, propiamente hablando, esperanza donde interviene la tentación de desesperar

El estrato más profundo de esta diferencia lo muestra la conexión que hay entre la esperanza y la desesperación, que aparece como una tentación que se debe superar. De manera humorística, cuando el P. O´Malley es literalmente bañado por el camión cisterna expresa un gesto de desesperación contenida. Está a punto de lanzar la bola que acababa de recoger pero se contiene y se la pasa de una mano a otra. O también cuando su primera canción, Going My Way, es rechazada, y obtienen inesperadamente una oferta por la que consideraba más ligera, The Mule. En ambos momentos O’Malley supera en silencio la tentación de desesperarse. Gabriel lo explica con precisión, una vez más.

La verdad es que solo puede haber, propiamente hablando, esperanza donde interviene la tentación de desesperar; la esperanza es el acto por el cual esta tentación es activa o victoriosamente superada, sin que quizá esta victoria vaya acompañada necesariamente de un sentimiento de esfuerzo: incluso yo llegaría a afirmar que este sentimiento no es compatible con la esperanza pura (Marcel 2022c: 48).

Si introducimos el dato paciencia en la no-aceptación, nos acercamos infinitamente, de golpe, a la esperanza

Si el desesperar supone una capitulación — decir “no puedo más”— la esperanza introduce la dimensión del tiempo, y, por lo tanto, de la paciencia. Es ahora cuando retomamos la expresión “tomarse su tiempo”, como expresión de respeto hacia el otro, de permitir que haga lugar en su vida para el cambio real.

Si introducimos el dato paciencia en la no-aceptación, nos acercamos infinitamente, de golpe, a la esperanza. Parece, pues, que existe una conexión secreta y escasamente discernida entre la manera en la que el yo se centra o no sobre sí mismo, y su reacción a la duración, más precisamente a la temporalidad, es decir, al hecho de que hay lugar para el cambio en lo real. Una sencilla expresión tomada del lenguaje familiar viene aquí en nuestra ayuda: tomarse su tiempo. […] Quien espera y quien, ya lo hemos visto, está sufriendo una cierta prueba semejante a un modo de cautividad ¿acaso no tiende a tratar esta prueba, a enfrentarse con ella como el paciente mismo se sirve de ella con este yo menor, con este yo por educar y gobernar, tratando sobre todo de no dejarse crispar, o por el contrario encabritarse, liberarse, prematura e indebidamente? Desde este punto de vista la esperanza consistirá en considerar la prueba primeramente como parte integrante de uno mismo, y al mismo tiempo como destinada a suprimirse y transformarse dentro de un cierto proceso creador (Marcel 2022c: 50-51).

Digamos, positivamente esta vez, que [la paciencia] consiste en tener confianza en un cierto proceso de crecimiento o de maduración

La paciencia puede ser “hacia uno mismo”, pero puede ser y el caso ilumina mucho mejor lo que plantea Gabriel, paciencia “hacia el otro” que, en un sentido positivo consiste en tener confianza en el proceso de crecimiento y maduración que se da en el otro. Sin duda que con ello damos con una de las claves que explicitan el modo propio y característico cómo McCarey plantea las relaciones del P. O’Malley con los demás. En síntesis: confía en ellos. No de una manera inexorable, que sería propia de un proceder mecánico, sin alma. También se dan casos —lo veremos con Mr. Belknap (Porter Hall), al principio de la película— en los que ese procedimiento se cortocircuita por la negativa libre de quien lo rechaza. O Carol James (Jean Heather) tampoco muestra sintonía en un primer momento con las sugerencias del sacerdote joven. Pero la oferta de O’Malley siempre se mantiene en pie. Es verdadera esperanza.

 Mencionaba, más arriba, la paciencia consigo mismo; quizá sea más instructivo aún meditar en este momento sobre la paciencia con otro. Consiste, sin ninguna duda, en no atropellar, en no maltratar al otro, más exactamente, en no intentar cambiar violentamente el ritmo del otro por el propio ritmo de uno; a aquél no hay que tratarlo como algo sin ritmo autónomo y al cual se le podría consiguientemente forzar o doblegar a placer. Digamos, positivamente esta vez, que consiste en tener confianza en un cierto proceso de crecimiento o de maduración. Tener confianza: no quiere decir sencillamente admitir de modo teórico, sin intervenir, pues sería, de hecho, abandonar pura y simplemente al otro a sí mismo. No; aquí confiar es, parece, adherirse de alguna manera a este proceso para favorecerlo desde dentro. La paciencia parece, pues, señalar un cierto pluralismo temporal, una cierta pluralización temporal de sí. Se opone radicalmente al acto por el que desespero del otro, declarando que no es bueno para nada o que jamás comprenderá nada, o que es incurable (Marcel 2022c: 51-52).

 

3. LA CONEXIÓN ENTRE ESPERANZA, LIBERTAD Y AMOR, EN LA CARACTERIZACIÓN ONTOLÓGICA DE LA ESPERANZA SEGÚN MARCEL

La paciencia así entendida, según nos muestra Marcel, no es meramente pasiva, es creadora.

La filosofía de Gabriel Marcel ayuda a entender el cometido del P. O´Malley (Bing Crosby) como educador: alienta la creatividad de la esperanza frente al determinismo pseudocientífico.Imagen 3

La paciencia así entendida, según nos muestra Marcel, no es meramente pasiva, es creadora. Y consigue que nos planteemos si la expresión “yo espero en ti no es en realidad la forma más auténtica del yo espero”. (Marcel 2022c: 52-53) De manera complementaria, en tanto que “yo espero, me desprendo del determinismo interior” (Marcel 2022b: 53).

Dos apuntes que emparentan la esperanza con el amor y la libertad. La esperanza “se nos presenta como imantada al amor” en la medida que suscita “un conjunto de imágenes que este amor reúne e irradia”. (Marcel 2022c: 56). Salvar la esperanza va unida a salvar el amor: sólo si nos representamos las posibilidades que nos permiten creer en el otro, somos fieles al amor que sentimos por él. Por eso hay una secreta libertad que une esperanza y libertad, porque nuestra acción soberana de juicio no se encuentra delimitada ni circunscrita por presiones que nos hagan claudicar sobre el amor (Marcel 2022b: 57).    

Así se caracteriza lo que podemos llamar la marca ontológica de la esperanza: esperanza absoluta, inseparable de una fe también absoluta y que trasciende todo condicionamiento, y por lo mismo toda representación, sea la que sea

Esa libertad de juicio remite a la marca ontológica de la esperanza. ¿Entra con ello Marcel en un terreno teológico y se separa de lo que podemos esperar de un filósofo? Para responder acertadamente a esta pregunta habría que diferenciar entre lo que habitualmente recibimos del razonamiento filosófico, es decir, situarse ante la ausencia de la relacionalidad, o establecer la posibilidad de desarrollar precisamente el razonamiento desde la apertura a este respecto creatural, lo que Zubiri (1975; 2015) y Ferrer Arellano (2013) designan de este modo. No es menos filosófica una postura que la otra. Eso es lo que propone Marcel.

Así se caracteriza lo que podemos llamar la marca ontológica de la esperanza: esperanza absoluta, inseparable de una fe también absoluta y que trasciende todo condicionamiento, y por lo mismo toda representación, sea la que sea. Además hay que subrayar decididamente cual es el único resorte posible de esta esperanza absoluta. Se presenta como respuesta de la criatura al ser infinito al que tiene conciencia de deber todo lo que es y de no poder, sin desvergüenza, poner una condición, cualquiera que fuera. Desde el momento en que me abismo en cierto modo ante el Tú absoluto, que en su condescendencia infinita me ha hecho salir de la nada, parece que yo me prohíba para siempre desesperar, o más exactamente, que marco implícitamente la desesperación posible con un sello de traición, de tal modo que no podría abandonarme a ella sin prescribir mi propia condenación. En efecto, ¿no sería desesperar, en esta perspectiva, declarar que Dios se ha retirado de mí? Aparte de que semejante acusación no es compatible con la posición de un Tú absoluto, se puede ver que prefiriéndola me atribuyo ilegítimamente una realidad distinta que no podría pertenecerme. (Marcel 2022c: 58-59)

Amar a un ser es esperar de él algo indefinible, imprevisible; es, al mismo tiempo, darle de alguna manera los medios para responder a esta espera

Regresando a Going My Way, como expusimos en la contribución anterior[6], se ha destacado el carácter de personas normales, cercanas, que caracteriza a los dos sacerdotes. Siendo esto cierto, creemos que necesita complementarse del aspecto de profundidad que tienen estos personajes. Y eso se hace particularmente significativo cuando nos referimos a la esperanza. McCarey no hurta que por breves momentos veamos a estos personajes viviendo la presencia de Dios, la presencia de un Tú, en oración. No es, por tanto, un optimismo que proceda de sus propias fuerzas. No es una alegría que se apoye en sus éxitos o triunfos. Es una esperanza que está radicada en la libertad para abismarse en un Tú absoluto, que sea capaz de promover un reconocimiento del tú de las personas con las que se vaya encontrando. Marcel lo propone del siguiente modo.

Seamos aquí todo lo concretos que nos sea posible. Amar a un ser es esperar de él algo indefinible, imprevisible; es, al mismo tiempo, darle de alguna manera los medios para responder a esta espera. Sí, por paradójico que pueda parecer, esperar es en cierta manera dar; pero lo contrario no es menos cierto: no esperar ya más, es contribuir a esterilizar al ser del que ya no se espera nada; es de alguna manera despojarlo, retirarle de antemano —¿de qué exactamente, sino de una cierta posibilidad de inventar o de crear?—. Todo permite pensar que sólo se puede hablar de esperanza allí donde existe esta interacción entre el que da y el que recibe, este trueque que es la señal de toda vida espiritual. (Marcel 2022c: 61)

La fórmula autentica del querer es yo quiero, luego yo puedo; en otros términos, yo decido que está en mi mano hacer tal cosa, obtener tal resultado, precisamente porque yo quiero

El final de la película muestra que el P. O’Malley ha sido capaz de dar y también de recibir. Los principales personajes de la película se han trasformado y ahora le corresponden. Ya no hace falta que él siga trabajando en St. Dominic. Se está ante un nuevo Padre Fitzgibbon, y también unos parroquianos que ya no le dejan solo a la hora de vivir la comunidad. Ha confirmado de este modo la auténtica fórmula de la verdadera libertad.

… la fórmula autentica del querer es yo quiero, luego yo puedo;  en otros términos, yo decido que está en mi mano hacer tal cosa, obtener tal resultado, precisamente porque yo quiero (o porque es necesario) que esta cosa se haga, que se obtenga este resultado. Además, basta recordar que actuar libremente es siempre innovar para observar lo contradictorio que sería admitir que estoy obligado a apoyarme, para querer, en el simple conocimiento de lo que he hecho precedentemente: ahora bien, solo a partir de ese conocimiento podría proceder a una delimitación objetiva entre lo que esta y lo que no está en mi poder. (Marcel 2022c: 62)

No se puede abrir el proceso de la esperanza sin establecer al mismo tiempo el del amor

La vinculación entre esperanza, libertad y amor es sintetizada por Marcel por medio de la noción de comunión, del mismo modo que el antagónico de la esperanza, la desesperación tiene relación directa con la soledad, con la que parece coincidir plenamente. Por ello el proceso de la esperanza lleva al del amor.

Ahora bien, ya lo hemos visto y tendremos que volver sobre ello, la esperanza siempre está vinculada a una comunión, tan interior como pueda ser. Esto es tan verdadero que podemos preguntarnos si la desesperación y la soledad no son, en el fondo, rigurosamente idénticas.

Desde este punto de vista, el problema esencial cuya solución intentamos encontrar consistiría en preguntarse si la soledad es la última palabra, si el hombre está verdaderamente condenado a vivir y a morir solo, y si es sólo por el efecto de una ilusión vital como llega a disimular que ésa es efectivamente su suerte. No se puede abrir el proceso de la esperanza sin establecer al mismo tiempo el del amor. (Marcel 2022c: 70)

La tentación de encerrarme sobre mí mismo, y a la vez de cerrar sobre mí el tiempo, como si el futuro, drenado de su sustancia y su misterio, ya no tuviera que ser el lugar de la repetición pura

Ante la prueba —y no sólo en 1942, sino que ahora mismo con una situación que ha sido calificada por algunos, como el Papa Francisco como una guerra mundial a pedacitos[7], es una situación que no podemos dejar de considerar— siempre se está expuesto a la tentación. Marcel la especifica con una elocuencia que parece retratar la situación de nuestros días, desde una perspectiva de más de ochenta años antes.

… la tentación de encerrarme sobre mí mismo, y a la vez de cerrar sobre mí el tiempo, como si el futuro, drenado de su sustancia y su misterio, ya no tuviera que ser el lugar de la repetición pura, como si no se sabe qué mecánica desreglada debiera proseguir sin tregua un funcionamiento al que ya no regiría ninguna intención animadora; pero un porvenir desvitalizado así, que ya no es un provenir ni para mí ni para nadie, más bien sería una nada de porvenir.

Un empirismo sistematizado que cristaliza en fórmulas impersonales de permanencia aportará a lo que sólo es, en verdad un movimiento del alma, una retracción, una defección interior, la justificación teórica (y falaz) de la que tal paso tiene necesidad para justificarse ante sí mismo. … (Marcel 2022c: 71-72)

Contra este conjunto de tentaciones sólo hay un recurso, que se ofrece bajo un doble aspecto: recurso a la comunión, recurso a la esperanza

Frente a estas tentaciones, que una visión reductiva de la experiencia como fenómeno sin sujeto tiene a consolidar, Marcel encuentra un doble recurso: la esperanza y la comunión. Cada uno somos capaz de recorrer los caminos de la comunión —de la implicación, probablemente señalaríamos de este modo en nuestros días— que llevan a la esperanza, partiendo de nuestra propia fragilidad.

Contra este conjunto de tentaciones sólo hay un recurso, que se ofrece bajo un doble aspecto: recurso a la comunión, recurso a la esperanza. Si es verdad que la prueba humana es capaz de especificarse hasta el infinito y de presentar las formas innumerables que revisten aquí abajo la privación, el exilio o la cautividad no es menos cierto que por un proceso simétrico, si bien inverso, cada uno de nosotros, formas humildes de comunión que la experiencia ofrece a los más desheredados, puede remontar, por las vías que son propias, a una comunión al tiempo más íntima y más amplia, en la que la esperanza puede ser considerada indiferentemente como el presentimiento y como la emanación. (Marcel 2022c: 72)

Si permanecemos, aunque sea débilmente, permeables a la esperanza, solo puede ser gracias a las brechas, a las fisuras que subsisten en la armadura de tener que nos recubre

Desde estas consideraciones Marcel propone lo que valora como la expresión más adecuada y lograda del acto del verbo esperar “Yo espero en ti para nosotros” (Ibidem). Una expresión en la que un Tú con mayúscula aparece como garante de todo lo que nos une y unifica. Esperar, vivir en esperanza, aparece entonces como una alternativa a la de haber puesto la seguridad en el tener, algo que en el desarrollismo de nuestros días —instaurado de una manera creciente desde después de la segunda guerra mundial— parece poco menos que imposible.

Pero lo que podemos aventurarnos a decir quizá es que si permanecemos, aunque sea débilmente, permeables a la esperanza, solo puede ser gracias a las brechas, a las fisuras que subsisten en la armadura de tener que nos recubre; la armadura de nuestros bienes, de nuestros conocimientos, de nuestra experiencia y de nuestras virtudes, más incluso que de nuestros vicios. Por eso y solo por eso puede mantenerse, desgraciadamente en condiciones de arritmia y de precariedad a menudo crecientes, esta respiración del alma, que en todo momento corre el riesgo de dejarse bloquear como se bloquean los pulmones o los riñones. (Marcel 2022c: 73)

La esperanza solo depende, se podría decir, de una jurisdicción metafísica particular con la condición de trascender el deseo, es decir, de no permanecer centrada sobre el sujeto mismo

Desde el primer momento en Going My Way se expresa esa “armadura del tener que nos recubre”: una realidad con finalidad espiritual como es la parroquia aparece acosada por una deuda hipotecaria; un vecino considera una ofensa imperdonable que le hayan roto el cristal de su ventana; una fiel de la parroquia se ve asediada por una amenaza de desahucio; los jóvenes del barrio se ven tentados de cometer robos y rapiñas… Es precisamente en ese clima en el que el P. O’Malley intentará sembrar otro tipo de perspectivas. De nuevo Marcel vierte luz para entender este momento.

La esperanza solo depende, se podría decir, de una jurisdicción metafísica particular con la condición de trascender el deseo, es decir, de no permanecer centrada sobre el sujeto mismo. Una vez más somos llevados a destacar la indisoluble conexión que une esperanza y caridad. Cuanto más egoísta es el amor, tanto más las afirmaciones de corte profético que inspira se deberán considerar como sujetas a prevención, como capaces de ser literalmente desmentidas por la experiencia; por el contrario, cuanto más se acerca a la verdadera caridad tanto más el sentido de estas afirmaciones se altera y tiende a cargarse de una incondicionalidad que es el signo mismo de la presencia. Esta presencia se encarna en el «nosotros» para el cual «yo espero en Ti», es decir, en una comunión cuya indestructibilidad proclamo. (Marcel 2022c: 78)

La esperanza así concebida encuentra a la vez un símbolo y un punto de apoyo en todas las experiencias de renovación

Todo a lo que asistimos en las distintas peripecias de Going My Way, en los encuentros del P. O’Malley con las distintas personas, puede ser leído en esta clave de restauración. Es una experiencia de renovación, de la que ha tratado Marcel. Supone una reivindicación de la centralidad de la persona en los procesos de desarrollo, que se narra desde una pequeña comunidad. Un caso ejemplar de las pretensiones del personalismo fílmico. Una propuesta social y política que une conservación y restauración con revolución y renovación, que conduce hacia una promoción inaudita, hacia una trasfiguración.

… la esperanza así concebida encuentra a la vez un símbolo y un punto de apoyo en todas las experiencias de renovación consideradas no en su mecanismo filosófico o incluso físico, sino en el eco infinito que despiertan en quienes son llamados sea a vivirlas directamente, sea a experimentar simpáticamente sus beneficios. […] Podríamos entonces preguntarnos si conservación o restauración por una parte, y revolución o renovación por la otra, no son los dos momentos, los dos aspectos abstractamente disociados de una misma unidad que se establece en la esperanza por encima de todo razonamiento, puesta totalmente de modo conceptual. Aspiración que se traduciría aproximadamente con estas simples palabras contradictorias: como antes, pero de otra forma y mejor que antes. Aquí volvemos a encontrar el tema de la liberación, que nunca es un retomo al statu quo, un simple volver a ser; es esto y mucho más, e incluso lo contrario de esto: una promoción inaudita, una transfiguración. (Marcel 2022c: 78)

 

4. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE GOING MY WAY (I): LOS TÍTULOS DE CRÉDITO Y LA HIPOTECA DE LA PARROQUIA CON LAS DIFICULTADES DEL P. FITZGIBBON (BARRY FITZGERALD) PARA HACERLE FRENTE

Uno de los protagonistas de Going My Way, de L. McCarey
Los apuros financieros del P. Fitzgibbon (Barry Fitzgerald) en Going My Way de Leo McCarey: el riesgo de que el tener vaya anulando al ser, siguiendo la enseñanza de Marcel. Imagen 4

Los primeros fotogramas de Going My Way: el director y los protagonistas y actores principales

Los primeros fotogramas de Going My Way se presentan con una trasfondo muy significativo. Un dibujo a plumilla que marca un tenue camino entre unos árboles. Un icono de humildad y sencillez que acompaña ya desde el principio el clima en el que se desarrollará la película en su personaje `principal.

Tras el título de la película, GOING MY WAY, presentada como a Paramount Picture, se presenta la misma como una producción de Leo McCarey de 1944. La música de un coro de voces marca también un clima espiritual. En el tercer fotograma se presentan los cinco actores principales.

BING CROSBY… P. Chuck O’Malley

BRRY FITSGERALD… P. Fitzgibbon

FRANK McHUGH… P. Timothy O’Dowd

JAMES BROWN… Ted Haines Jr.

GENE LOCKHART… Ted Haines Sr.

Los actores secundarios y demás miembros del equipo

El cuarto fotograma presenta a los actores secundarios.

JEAN HEATHER… Carol James

PORTER HALL… Mr. Belknap

FORTUNO BONANOVA… Tomaso Bonzani

ELLY MALYON… Mrs. Carmody

ROBERT MITCHELL BOYCHOIR

En el siguiente se anuncia: RISË STEVENS, famosa contralto de la Metropolitan Opera Association. En el sexto se presentan los guionistas, Frank Butler (1890-1967) y Frank Cavett (1905-1973), que trabajaron sobre una historia del propio Leo McCarey. En el fotograma que aparece a continuación se nos siguen informando de otros miembros del equipo, cerrándose los títulos de crédito con que la película ha sido producida y dirigida por Leo McCarey.

Padre Fitzgibbon, ¿por qué quiere una estufa nueva?

El primer fotograma ya de la narración de la película —en blanco y negro, como los títulos de crédito— muestra la fachada de una iglesia, con una calle perpendicular a su entrada en primer término. A continuación vemos el plano de una lápida con las letras grabadas en piedra:

Iglesia de Saint Dominic

Annus Domini, MDCCCXCVI (1897).

A continuación se nos muestra un austero pero digno despacho parroquial. A la izquierda del plano Ted Haines Sr. (Gene Lockhart), con un sombrero en la mano. Al medio, el P. Fitzgibbon (Barry Fitzgerald) con sotana y las manos en la espalda, y Ted Haines Jr. (James Brown) sentado a la derecha del espectador.

Ted Haines Sr. (en Adelante THS): “Padre Fitzgibbon, ¿por qué quiere una estufa nueva?”.

Porque Mr. Haines, en el último invierno, sólo en el mes de noviembre, cuatro de mis feligreses cayeron en cama por neumonía

La pregunta nos sitúa ante el aspecto más cotidiano y administrativo de la vida parroquial. McCarey ya está advirtiendo desde el primer momento el riesgo propio de una sociedad de economía en crecimiento: que todo se mida cuantitativamente por el dinero.

Fitzgibbon (en adelante PF): “Porque Mr. Haines, en el último invierno, sólo en el mes de noviembre, cuatro de mis feligreses cayeron en cama por neumonía”.

THS (educado): “Lo siento mucho”.

PF: “Fue un milagro que yo mismo no cayera. (Camina hacia una mesa detrás de cual hay un amplio ventanal. Ted Haines Sr. Le sigue). Sólo cuesta 632,50 dólares… (Se da media vuelta y queda en un plano americano con Ted Haines Sr., con la ventana detrás). Completa, con regulador automático.

THS (firme): “Pero, Padre, no he venido aquí a instalar estufas nuevas”.

Creo que deberías darle su estufa, Papá. Calentaría los corazones de la gente y puede que sus colectas fueran más grandes

McCarey introduce en este momento un gesto de valoración de los jóvenes, a través de la respuesta más empática del joven Haines. Y ya muestra que se trata de una nueva sensibilidad distinta de cultivada por la generación anterior.

Ted Haines Jr. : (THJ, en adelante, lo vemos en el plano sonriente, a su padre): “Creo que deberías darle su estufa, Papá. Calentaría los corazones de la gente y puede que sus colectas fueran más grandes”.

THS (en el plano con el P. Fitzgibbon, le hace un gesto de no estar de acuerdo con su hijo con la mano): “No, no hijo. No va a haber mejoras. Y ahora Padre…” (se gira hacia él)

PF (dirigiéndose al joven): “Me parece bien. Me parece bien lo que ha dicho“.

THS (descreditando lo que ha dicho con condescendencia): “Bueno, es nuevo en el negocio… Ahora Padre…”.

PF: “¿Nada de estufa?”.

Dígaselo a su gente. El Señor ama al que da con alegría

La lógica de Ted Haines Sr. es la imperante en un mundo en el que el tener está por encima del ser, planteado ya por Marcel en el texto que hemos analizado en los tres apartados anteriores y en otras obras suyas (Marcel 2002, 2003) y en el que el dinero y sus movimientos se explica por sí mismo.

THS: “Nada de estufa. Ahora, Padre, vamos a mi asunto. Debe a la Knickerbocker Savings and Loan Company cinco meses la de hipoteca y si no se pone al corriente, me temo que Knickerbocker Savings and Loan Company se verá obligada a emprender las acciones necesarias. ¿Por qué no hace de ello el tema del sermón del próximo domingo? (Abre los brazos expresivamente, para hacer una cita piadosa ajustada a sus intereses). Dígaselo a su gente. “El Señor ama al que da con alegría”.

El texto del sermón de esta mañana lo he extraído de la hipoteca por sugerencia de Mr. Haines, desde la cláusula primera hasta la vigésima tercera

El P. Fitzgibbon opta por responder desde la ironía, si bien eso no hace mella en la mentalidad de su acreedor. Muy al contrario, lo que pretende es igualar como negocios el trabajo espiritual del párroco con el de su negocio bancario.

PF (levantando unos papeles que llevaba en las manos, con ironía). “Oh, puedo imaginarme a mí mismo diciendo en la Misa del próximo domingo. (Con Mr. Haines en el plano). Sería un sermón excelente. (Mr. Haines se ríe). “El texto del sermón de esta mañana lo he extraído de la hipoteca… (Hace un gesto con la cabeza hacia el banquero) por sugerencia de Mr. Haines…(Éste se ríe y mira hacia el frente), desde la cláusula primera hasta la vigésima tercera. (Se para. Mueve la cabeza y se dirige a Mr. Haines)… Ya sabe, es muy aburrido.

THS (resuelto): “Pero ese es su trabajo. Hágalo brillante. Pero en serio, Padre, hemos dado un mal préstamo y queremos recuperar nuestro dinero”.

PF (moviendo la cabeza, con determinación): “Aún no se cómo, pero lo tendrán”.

THS: “Eso es lo que quería oír. (Se da media vuelta) Que tenga un buen día, Padre”.

No se puede ejecutar la hipoteca. No se puede hacer. He leído sobre esto. No se ha ejecutado la hipoteca de una iglesia católica en toda la historia de New York

El plano general muestra a Ted Haines Jr. Sentado a un lado de la mesa, a su padre en medio, y al P. Fitzgibbon mirando por la ventana, quizás encomendándose para recibir ayuda. ¿Puede entenderse la llegada del p. O´Malley como la respuesta a esos ruegos? Probablemente sí, pero por caminos muy distintos a los que el veterano párroco podría esperar.

THS: “Vamos, hijo». (Toma el bastón, sale el hijo primero, su padre a continuación, dan media vuelta alrededor de la mesa, y se sigue viendo al P. Fitzgibbon de espaldas mirando por el ventanal. Salen del despacho, y a continuación la cámara enfoca lo que parece el patio interior de la iglesia. Mr. Haines avanza hacia el primer plano. Su hijo le llama mientras cierra la puerta del despacho, y el padre se gira)

THJ: “Papá (Se cerca y le susurra): “No se puede ejecutar la hipoteca. No se puede hacer. He leído sobre esto. No se ha ejecutado la hipoteca de una iglesia católica en toda la historia de New York”.

Hijo, nunca dejes dinero a una iglesia. En cuanto empiezas a presionarles, todos creen que eres un canalla

De nuevo el idealismo de la expresión del hijo va a chocar con la mentalidad del padre, que incluso se muestra más materialista que lo que había venido siendo la práctica bancaria hasta el momento. Con todo hay un fondo de inocencia en sus palabras que, aunque fingida, da a entender que puede haber un mejor fondo en este hombre de negocios.

THS (con voz de inocencia fingida): “Pero siempre hay una primera vez, ¿no?”.

THJ (moviendo el sombrero en un gesto de una cierta inquietud): “¿No crees que has sido un poco duro con él?”.

THS: “Hay que serlo. Hijo, nunca dejes dinero a una iglesia. En cuanto empiezas a presionarles, todos creen que eres un canalla”.

THJ (vuelve a girar el sombrero y espera unos segundos): “¿Y no lo eres?”.

THS (con una cínica naturalidad): “Sí”. (Camina hacia el frente)

 

5. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE GOING MY WAY (II): LA PRESENTACIÓN DEL P. O’MALLEY REVESTIDA DE HUMILDAD

Busco la iglesia de St. Dominic… Voy a trabajar en ella

Vemos en el plano a una mujer que de espaldas a la cámara y sentada en un almohadón sobre el alféizar de una ventana, limpia el cristal de la ventana por su lado exterior. Pronto sabremos que es Mrs. Hattie Quimp (Anita Sharp-Bolster), cuya delgadez y riostro anguloso resultan muy características. Se escucha la voz del P. O’Malley, que se encuentra fuera de campo.

O´Malley (Bing Crosby, en adelante POM): “Buenos días. (A continuación ya se le ve en un plano picado, lo que subraya la aparición humilde del personaje. Va vestido de clériman, con un sombrero de paja, tipo canotier): “¿Puede decirme dónde está Saint Dominic?”.

Mrs. Hattie Quimp (an Adelante MHQ): “¡Eh?”.

POM a (Mrs. Quimp): “Busco la iglesia de St. Dominic…”.

MHQ (áspera): “¿Por qué?».

POM (en el plano, sonriendo, junta las manos con sencillez): “Voy a trabajar en ella”.

¿Es el nuevo ayudante y no siquiera puede encontrar la iglesia? Sólo sé joven que no ha empezado con buen pie

La reacción poco afectuosa de la mujer va en aumento. El P. O’Malley no hace sino una pregunta muy razonable, y Mrs. Hattie Quimp y le da la vuelta, con cierta malicia. El joven sacerdote experimenta un rechazo, que encaja humildemente. Probablemente la mujer ya ve con malos ojos que el P. O’Malley no vista como los curas que ella ha conocido hasta el momento.

MHQ (en el plano, asintiendo con la cabeza): “¿Es el nuevo ayudante y no siquiera puede encontrar la iglesia? (En el plano picado, el P. O’Malley inclina la cabeza ajeno a la más mínima altivez. Se sigue escuchando la voz de Mrs. Quimp) Sólo sé joven que no ha empezado con buen pie. (Ahora en el plano) ¿Cómo se llama?”.

POM (en el plano picado desde la altura de Mrs. Quimp): “Padre O’Malley. Padre Charles Francis Patrick O´Malley —un nombre de claras credenciales de origen irlandés—. (Con Mrs. Quimp en el plano ¿Y usted?”.

Voz de una mujer (Constance Purdy. Mrs. Quimp mira hacia ella): “Se llama Mrs. Quimp». (Ahora en el plano, en una ventana al lado,  riéndose, como burlándose de los aires que se está dando con el joven cura) Hattie Quimp».

Otra mujer (Conie Leon, en el plano, en una ventana superior): “La verá muchas veces. Va todos los días dos veces a St. Dominic. Es muy religiosa. Enciende velas”.

Yo también podría contarles muchas cosas de ellas. Y si lo hiciera, tendrían que irse del barrio

La reacción de otras mujeres menos afectas a la práctica religiosa resulta ser más cálida que la de Mrs. Quimp. Un paradoja de las que Leo McCarey suele presentar en la pantalla. Mrs. Quimp representa esa rigidez que para McCarey es el peor defecto, pues es la expresión plástica de la soberbia y la intolerancia. Algo en lo que insiste Leland Poague (Poague, 1980).

MHQ (en el plano): “Yo también podría contarles muchas cosas de ellas. (Entra en la casa y vuelve a salir) Y si lo hiciera, tendrían que irse del barrio. (Vuele a entrar y al hacerlo se da un golpe en la cabeza con el marco de la ventana)

Primera mujer; “Padre, si busca St. Dominic llegue al siguiente bloque y a su izquierda. (Plano picado del P. O’Malley que se da un toque al ala del sombrero)

POM: “Gracias”. (Mientras se agacha a recoger su cartera)

¿Cómo va la cosa? Muy mal. Aquí no llega ninguna bola

Una cortinilla marca el cambio de escena. Se ve a unos jóvenes en la calzada de la calle, que están jugando al béisbol, de espaldas a la cámara. Una camioneta circula en dirección a la cámara, lo que hace que se detenga el juego. Vemos al P. O’Malley que camina con su cartera por la acera, mientras observa el juego de los muchachos. Por la misma acera se ve que circulan bastantes personas. Delante del Padre pasa un marinero de uniforme. Pasa la camioneta y los muchachos reanudan el partido. El Padre se acerca a un pequeños que está al final, de espaldas, muy atento al juego.

POM: “¡Hola!”.

Niño: “Hola”.

POM: “¿Cómo va la cosa?”.

Niño: “Muy mal. Aquí no llega ninguna bola. (Se ve aparecer otro coche por el fondo del plano) Padre, ¿No le importaría vigilar la derecha por mí un momento?».

POM: “Claro que no”.

Eh, chicos. El Padre va a ocupar mi lugar

Un nuevo gesto de humildad del P. O’Malley. Se acerca a los muchachos y no tiene inconveniente de aceptar la propuesta de guardar el puesto al más pequeño —que probablemente necesite ir al servicio—. No es ningún héroe que quiera comenzar desde arriba a conocer a sus parroquianos. Viene a compartir sus vidas con sencillez.

Niño: “Tengo que ir corriendo a casa». (Señala hacia delante y el P. O´Malley se queda mirando la dirección indicada)

POM: “Muy bien”. (Mientras el automóvil que pasaba se sigue acercando)

Niño (avanza unos metros y dice a los demás muchachos): “Eh, chicos. El Padre va a ocupar mi lugar”.

Muchacho (desde unos metros de mayor profundidad en el plano): “Vale, Padre”. (O’Malley se sitúa en el puesto que ocupaba el niño pequeño, de espaldas a la cámara)

La bola rompe el cristal, lo que provoca la desbandada de los muchachos

La cámara enfoca a otro joven, que da a la pelota con el bate de béisbol. A continuación se ve al P. O’Malley que intenta cogerla.

POM (mirando hacia arriba): “¡La tengo! ¡La tengo! (Corre hacia atrás de espaldas. La pelota impacta contra el cristal de la ventana de una casa y lo rompe. Todos los muchachos salen corriendo)

Voz de los muchachos: “De prisa, vámonos”. (Se los ve correr por delante del P. O’Malley de derecha a izquierda del espectador. Un muchacho le da su cartera al sacerdote, que se había quedado en la acera)

POM (mirando al joven que ha tenido el gesto con él): “Gracias”. (Se queda esperando con gesto de contrariedad. Una nueva ocasión de practicar la humildad se le aproxima)

Debería darle vergüenza de sí mismo estar jugando con los niños y romper ventanas. Un hombre hecho y derecho. Y además, cura

Fotograma de Going My Way (McCarey)
La falta de fe en los demás de Mr. Belknap (Porter Hall) en Going My Way de Leo McCarey como la antítesis de los planteamientos del P. O’Malley (Bing Crosby). Imagen 5

Sale el vecino al que le han roto el cristal, con gesto muy malhumorado. Pronto sabremos que se trata de Mr. Belknap[8] (Porter Hall). Se acerca a la barandilla de la terraza de enfrente de su casa. El plano lo muestra apoyando las manos en ella, mientras se ve al P. O’Malley debajo.

Mr. Belknap (en adelante MB, al P. O’Malley, muy agrio): “¿Qué cree que está haciendo?”.

POM (de espaldas a la cámara, dando una explicación que no es la que se espera por el tono de la pregunta): “Sustituyo al exterior derecho”. (Y señala con la mano hacia la calzada de la calle)

MB: “Debería darle vergüenza de sí mismo estar jugando con los niños y romper ventanas. (Pasa por delante Mrs. Quimp que se queda mirando a Mr. Belknap) Un hombre hecho y derecho”.

MHQ (entrometiéndose para reforzar lo que Mr. Belknap está diciendo, extendiendo el brazo hacia él): “ Y además, cura”.

 

 

¿Todavía buscando St. Dominic? Espere que se lo diga al P. Fitzgibbon…

La breve aparición de Mrs. Quimp sirve para que McCarey subraye su papel de acusadora, de parroquiana que la declara abiertamente su antipatía al P. O´Malley, quien no por ello deja de tratarla con bondad.

PO (a Mrs. Quimp): “Oh, hola“.

MHQ (al sacerdote): “¿Todavía buscando St. Dominic?”.

PO: “Sí”.

MHQ (moviendo la cabeza con un gesto recriminatorio): “Espere que se lo diga al P. Fitzgibbon…”.

MB (a Mrs. Quimp, con la misma displicencia que con el sacerdote): “Oiga, no se meta en esto, ¿quiere? Váyase. Esto es entre él y yo”. (Mrs. Quimp se va)

Créame, siento lo de la ventana… Sí, pero con sentirlo no se arregla

El P. O’Malley intenta tomar la iniciativa hacia una reconciliación, una vez que Mrs. Quimp ha dejado la escena.

POM (a MB): “Créame, siento lo de la ventana“.

MB (a POM, con una lógica meramente objetiva, de los puros datos, aquella que nos ha enseñado Marcel que cercena la esperanza): “Sí, pero con sentirlo no se arregla”.

POM (en un plano picado desde la perspectiva de MB, lo que en estos momentos ya indica la perspectiva de humillación): “ Y se lo pagaré”.

MB (sólo su voz). “¿Cuándo? (En el plano, mostrando con su expresión poca simpatía hacia la condición del P. O’Malley) Los curas nunca tienen dinero. Esa ventana…”.

POM (subiendo por las escaleras que dan a la casa de MB, le interrumpe): “Un momento, buen hombre, le he dicho que le pagaré. Le he pedido disculpas. (Llega arriba y se para) ¿ Qué más puedo decir?”.

Esa no es la idea. Es una cuestión de principios. Un cura no debería ir por ahí rompiendo las ventanas de la gente. Es un mal ejemplo para los niños

Pero Belknap no se conmueve. Se mantiene en su lógica en la que no tiene fácil cabida ni la comprensión, ni la empatía. El plano muestra al P. O’Malley a la izquierda, un columna, y a continuación a Belknap a la derecha del espectador.

MB (yendo más allá del hecho, y dándole la peor interpretación posible): “Esa no es la idea. Es una cuestión de principios. Un cura no debería ir por ahí rompiendo las ventanas de la gente. Esto pone un mal ejemplo para los niños”.

POM (reconociendo que por ahí puede tener razón): “Ahí me ha pillado. Estoy apenado y contrito. Le he dicho que lo siento”.

MB: “Me lo ha dicho dos veces. Pero eso no…”.

POM (continuando su frase consabida): “Eso no arregla la ventana. Lo sé”.

MB (reconociendo por primera vez que capta las intenciones del sacerdote, pero que no las sigue): “Creo que usted está jugando fuerte para que nos llevemos bien”.

¿Me acepta algo como garantía? Es un regalo que me hicieron. ¿Por qué no se lo queda hasta que le pague? Quizás le haga sentirse mejor

El P. O’Malley, en efecto, está haciendo lo posible por trasformar el incidente en una vía de encuentro, de reconocimiento de las personas. Pero se trata de una realidad que depende de la actitud de dos personas. Él está dispuesto, pero Mr. Belknap no lo parece en absoluto. Como ya hemos señalado, el P. O’Malley es una educador en la esperanza. Pero esto no es una técnica inexorable. Queda a disposición de la libertad de las personas.

POM (sacando un objeto del bolsillo de su chaqueta): “¿Me acepta algo como garantía? Es un regalo que me hicieron. (Muestra un rosario con cuentas que parece valioso) ¿Por qué no se lo queda hasta que le pague? Quizás le haga sentirse mejor. Son madreperlas, ¿ve? (Belknap, que ha cogido el rosario, le da una vuelta con gesto distante). Si esto es suficiente, me voy”. (Comienza a bajar las escaleras)

MB : “Eh, usted. (El sacerdote se para y regresa sobre sus paso)… Esto no me sirve para nada. En primer lugar, no creo en esto. (Le devuelve el rosario) De hecho, no creo en nada”. (O’Malley se guarda las cuentas en el bolsillo)

Soy ateo. Y además soy supersticioso. ¡Hasta lanza como un ateo!

La contraposición entre Belknap y el P. O’Malley deja claro donde está cada uno, lo que supone, según hemos visto en los escritos de Marcel, la apertura y la cerrazón hacia la esperanza, hacia el tú que se tiene delante y sus posibilidades.

POM (mostrando respeto hacia su libertad): “Le creo”. (Mientras sigue guardando el rosario)

MB: “Soy ateo. Y además soy supersticioso”.

POM: “Muy bien, entonces siento lo de la ventana. Haré que la reparen. (Extendiendo la mano hacia MB, que lleva la pelota en su manos izquierda): “¿Me devuelve la bola?». (Mr. Belknap, en un gesto de rabia, en lugar de entregársela la lanza hacia la calle con fuerza. El sacerdote se queda mirándolo. Plano de la pelota que va botando hasta meterse debajo de la camioneta de una ferretería).

POM (en el plano): “¡Hasta lanza como un ateo!” (Bajas las escaleras y Mr. Belknap se le queda mirando con frialdad, sin importarle lo que acaba de hacer)

No puede haber mejor presentación de la auténtica fortaleza del personajes. Su esperanza no está emparentada en modo alguno con prepotencia, sino directamente concernida a la confianza en la fuerza trasformadora del amor

Vemos al P. O’Malley que se acerca a la camioneta de la ferretería. Mira por debajo de ella. Se fija en sus pantalones y duda acerca si debe arrodillarse. Al final lo hace y se mete bajo del vehículo. En ese momento vemos en el plano de un carro cisterna arrastrado por un caballo, que va regando el polvo de la calzada. El agua que va esparciendo alcanza de lleno debajo del camión, allí donde se encuentra el P. O’Malley en su búsqueda de la bola. Al notarlo, da media vuelta, sale y se levanta. Echa una mirada a sus pantalones. Frustrado, hace un gesto de devolver el lanzamiento de la pelota hacia Belknap. Se contiene. Abre los brazos y sonríe. Salta la bola de una mano a otra, como suelen hacer los malabaristas. Así rebaja la indignación que en estos momentos sufre.

El gag del limpia calles que moja al P. O’Malley, ya había sido ensayado por McCarey con Laurel y Hardy en el corto We Faw Down de 28 de diciembre de 1928. (Peris-Cancio, Marco, & Sanmartín Esplugues, 2022: 192) Allí los cómicos querían rescatar el sombrero de una dama. Se había caído bajo un coche llevado por el viento —los sombreros por el aire era otro chiste muy del gusto del director. Mientras estaban agachados reciben el baño del camión que regaba las calles. Aquí este gesto de humillación redondea la presentación que McCarey hace de la humildad del personaje. No puede haber mejor presentación de la auténtica fortaleza del personajes. Su esperanza no está emparentada en modo alguno con prepotencia, sino directamente concernida a la confianza en la fuerza trasformadora del amor. Lo seguiremos comprobando a lo largo del texto filosófico fílmico.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

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NOTAS

[1] Lo hemos tratado en la primera contribución dedicada al análisis de Going My Way, en el apartado primero, “La milagrosa riqueza moral de Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944) como compendio del personalismo fílmico de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-milagrosa-riqueza-moral-de-going-my-way-siguiendo-mi-camino-1944-como-compendio-del-personalismo-filmico-de-leo-mccarey/, en el apartado primero, en un párrafo titulado: “El papel del padre O’Malley como promotor, es en realidad un verdadero trasunto de McCarey en la pantalla, un reflejo fiel de sus convicciones”.

[2] Gabriel está escribiendo en los años de la invasión nazi de Francia, y la capitulación del general Pétain.

[3] Esfuerzo.

[4] La película icónica sobre este tema es la dirigida por William Wyler en 1946, The Best Years of Our Lives (Los mejores años de nuestra vida).

[5] La hemos estudiado con bastante detalle en “De las cosquillas a las carcajadas: el despertar de la persona de Kathie O’Hara en Once Upon a Honeymoon (Hubo una luna de miel, 1942) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/de-las-cosquillas-a-las-carcajadas-el-despertar-de-la-persona-de-kathie-ohara-en-once-upon-a-honeymoon-hubo-una-luna-de-miel-1942-de-leo-mccarey/, en el apartado segundo, EL DESPERTAR DE LA PERSONA EN ONCE UPON A HONEYMOON (1942). UNA LECTURA DESDE “YO Y EL OTRO” (1941-1943), UNA CONFERENCIA DE GABRIEL MARCEL.

[6] “La trasformación de los personajes por la relación humana como eje vertebrador de la filmografía de McCarey en Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944)”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-trasformacion-de-los-personajes-por-la-relacion-humana-como-eje-vertebrador-de-la-filmografia-de-mccarey-en-going-my-way-siguiendo-mi-camino-1944/.

[7] Una expresión que ha empleado en más de una ocasión. Véase, por ejemplo, la entrevista que se reproduce en https://www.youtube.com/watch?v=Orbo0O_lYg8.

[8] Como ya señalamos en su momento, comparte apellido con el personaje más clasista y menos empático de Ruggles of Red Gap, la película de McCarey de 1935.

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Licenciado en Derecho y en Filosofía y Ciencias de la Educación. Doctor en Derecho con una tesis sobre el paradigma del iusnaturalismo tomista en su génesis histórica y en la actualidad. Autor de diversos artículos y publicaciones sobre derechos humanos y de la familia, así como sobre temas de biojurídica. En los últimos años ha intensificado su investigación sobre los directores del Hollywood clásico, teniendo como referencia la obra de Stanley Cavell. Ha publicado estudios sobre Georges Stevens, Henry Koster, Mitchell Leisen, Leo McCarey y Frank Capra.

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Profesor de la Facultad de Filosofía y director del Máster Universitario en Marketing Político y y Comunicación Institucional de la UCV, premiado como Programa de Educación Política del Año en el certamen Napolitan Victory Awards de Washington Estados Unidos.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir".
Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990), "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013), Bancarrota moral (Sello, 2015) y "Técnica y Ser humano" (Centro Lombardo, México, 2017).

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