Misterio de la familia, humildad, fragilidad y perseverancia en el bien en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey

Fotograma de The Bells of St. Mary's
Las discrepancias educativas de la hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman) con respecto al P. O’Malley (Bing Crosby) a propósito de Patsy Gallagher (Joan Carroll) en The Bells of St. Mary’s. Imagen 1

 

Resumen:

En esta cuarta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s (Las campanas de Santa María, 1945) vemos cómo la película profundiza en la lógica del don y plantea en la pantalla la alianza que existe entre la humildad, la fragilidad y la lógica del bien.

En el primer apartado planteamos que estos son los requisitos que exige la trasformación hacia la gratuidad, que tiene su lugar propio de educación en la familia. Siguiendo a Gabriel Marcel en su Capítulo “El misterio de lo familiar” de su obra Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, vemos como lo que se nos hace presente es el misterio de lo familiar, que no reduce la familia a problema, sino que certifica la índole de nuestro propio modo de ser, algo a recuperar ante la desubicación sobre su ser y su misión en los últimos siglos.

En el segundo apartado entramos ya en el texto filosófico fílmico. Venos el reencuentro entre Mary y Joe Gallagher, y la necesidad de plantearlo como un nuevo empezar. Así se lo propone el P. O’Malley con la canción “In the Land of Beginning Again”.

En el tercer apartado comprobamos que la recuperación del misterio de lo familiar comienza por el matrimonio e incluye a los hijos. Cuando, no se sabe por qué, Patsy queda al margen de la buena nueva del reencuentro de sus padres, cree que es un nuevo flirteo de su madre y pierde toda ilusión por graduarse en ese curso. Hace un examen pésimo. Eso da lugar a una contraposición de los estilos pedagógicos del P. O´Malley y de la hermana Mary Benedict, caracterizados, respectivamente, por la flexibilidad y la rigidez. Pero ninguno de los dos se da cuenta de que la claves están en personalizar mejor la educación y comprobar lo que le ha podido pasar a la joven para ese decaimiento en sus resultados académicos.

En el cuarto apartado comprobamos que la hermana Mary Benedict va a empezar a comprobar mejor su propia fragilidad, lo que le hará más abierta de verdad a la mirada de fe que quiere tener sobre las cosas. Su propio testimonio de una vida confiada en la donación, y el análogo del P. O’Malley moverán al doctor McKay a plantearse si su paciente Mr. Bogardus no mejoraría su salud con una actitud más generosa hacia los demás.

En la conclusión sostenemos que esta cuarta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s ha seguido desarrollando el asunto de la lógica del don que se planteó en la anterior. Y ha puesto su foco en la familia, como lugar en el que el ser humano reconoce que su propia identidad en un linaje que actualiza esa lógica hasta llegar a cada uno de nosotros. Ese fundamento sólido sólo se puede vivir adecuadamente desde la humildad de reconocer la propia fragilidad. El misterio de lo personal se escapa para aquél que quiere instalarse en la autosuficiencia, y no reconozca la propia vulnerabilidad. Son esos momentos de reconciliación con uno mismo los que permiten abandonarse en esa manera de ver las cosas que hacen posible la vida humana y un tejido social que la acoja con veneración.

Palabras clave:

Inocencia, gratuidad, lógica del don, misterio de lo familiar, Gabriel Marcel, familia humana, educación personalizada.

Abstract:

In this fourth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s (1945) we see how the film deepens in the logic of gift and poses on the screen the alliance that exists between humility, fragility, and the logic of goodness.

In the first section, we stated that these are the requirements for the transformation towards gratuitousness, which has its own place of education in the family. Following Gabriel Marcel in his chapter “The mystery of the family” in his work Homo viator. Prolegomena to a metaphysics of hope, we see how what becomes present to us is the mystery of the family, which does not reduce the family to a problem, but certifies the nature of our own way of being, something to be recovered in the face of the dislocation about its being and its mission in recent centuries.

In the second section we enter the philosophical filmic text. We see the reunion between Mary and Joe Gallagher, and the need to consider it as a new beginning. O’Malley with the song “In the Land of Beginning Again”.

In the third section we see that the recovery of the mystery of the family begins with marriage and includes the children. When, it is not known why, Patsy is left out of the good news of the reunion of her parents, she thinks it is a new flirtation of her mother and loses all illusion to graduate in that course. She takes a lousy exam. O’Malley’s and Sister Mary Benedict’s teaching styles, characterized by flexibility and rigidity, respectively. But neither of them realizes that the key lies in better personalizing education and verifying what could have happened to the young girl to cause this decline in her academic results.

In the fourth section we see that Sister Mary Benedict will begin to better understand her own fragility, which will make her more open to the look of faith that she wants to have on things. Her own testimony of a life of trusting giving, and the analogy of Fr. O’Malley, will move Dr. McKay to ask himself if his patient Mr. Bogardus would not improve his health with a more generous attitude towards others.

In conclusion we argue that this fourth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s has continued to develop the issue of the logic of gift that was raised in the previous one. And it has placed its focus on the family, as the place in which the human being recognizes his own identity in a lineage that actualizes that logic until it reaches each one of us. This solid foundation can only be properly lived from the humility of recognizing one’s own fragility. The mystery of the personal escapes for those who want to settle in self-sufficiency and do not recognize their own vulnerability. It is these moments of reconciliation with oneself that allow us to abandon ourselves in that way of seeing things that make human life and a social fabric that welcomes it with veneration possible.

Keywords:

Innocence, gratuity, logic of gift, mystery of the family, Gabriel Marcel, human family, personalized education.

 

1. LA ALIANZA ENTRE HUMILDAD, FRAGILIDAD Y PERSEVERANCIA EN EL BIEN

La transformación hacia la gratuidad requiere humildad, fragilidad y perseverancia en el bien

La familia no es un problema para resolver, sino un misterio que nos permite profundizar en quienes somos según Gabriel Marcel. Lo vemos llevado a la pantalla por Leo McCarey en The Bells of St. Mary´s (1945). Imagen 2

El desarrollo de la trama de McCarey en The Bells of St. Mary´s (Las campanas de Santa María, 1945) permite captar la profundidad con que el cine en muchas ocasiones plantea los problemas humanos. En la contribución anterior[1] poníamos el foco en la trasformación hacia una lógica de gratuidad que ha de experimentar Bogardus. ¿Pero sólo él está llamado a un proceso de este tipo? Algo así hubiese rimado poco con el proceder del cineasta de origen irlandés, poco dado a banderías o contraposiciones entre buenos y malos. En efecto, pronto comprobamos que son el propio Padre O’Malley (Bing Crosby) y la hermana Mary Benedict quienes no pueden quedar ajenos a un proceso de análogo cambio.

El párroco profundiza en la humildad característica de su proceder cuando se aproxima al misterio familiar de los Gallagher. Y actúa en consecuencia. No es él quien quiere “protagonizar” la dinámica de reconciliación que puede suscitar el reencuentro que ha propiciado. Sabe que es una historia entre los dos esposos a cuya intimidad nadie debe osar acceder. Sin embargo no atisba cuánto puede haber afectado esta dinámica a la hija del matrimonio, a Patsy Gallagher (Joan Carroll). Mantenerla ajena a estos movimientos que se están dando entre sus padres generará un malentendido que afectará su rendimiento escolar. O mejor, promoverá que Patsy desee un fracaso que le mantenga baja la protección de St. Mary’s. La humildad del P. O’Malley es el correlato necesario para situarse a la altura del misterio de lo familiar.

Más allá de los bienes evidentes que acompañan a las personas hay un misterio de fragilidad y sufrimiento que invita a reconocer a los otros desde el corazón

Por su parte, la hermana Mary Benedict tampoco estará suficientemente atenta a lo que puede haber motivado que Patsy fracasará estrepitosamente en el examen. Se queda en la nota, en lo numérico, pero se pregunta qué es lo que puedo haberlo causado. Su rigidez chocará con la quizás excesiva flexibilidad del sacerdote, y aquí sí que hemos de reconocer que funciona la contraposición advertida por Leland Poague (1980: 268). Pero no veremos salir triunfantes las tesis del párroco porque en el fondo comparte el mismo error que el de la hermana como profesora: no sabe lo que en realidad le ha pasado a Patsy. La solución sólo podrá venir por ahí, no por la supremacía del criterio amplio del P. O’Malley o por la resistencia de la religiosa para mantener un estándar estricto de evaluación.

Pero el mundo de la hermana Mary Benedict, en el que todo debe seguir una lógica de justicia, va a entrar en crisis por la comprobación de su propia fragilidad. Una enfermedad, cuya gravedad deliberadamente se le oculta creyendo hacerle un bien, le estará preparando para descubrir que más allá de los bienes evidentes que acompañan a las personas —de los que la práctica deportiva a la que es aficionada resulta un claro emblema—, hay un misterio de fragilidad y sufrimiento que invita a reconocer a los otros desde el corazón.

No se va a encontrar en la pantalla ninguna pista ni indicio que permita conjeturar una respuesta con verosimilitud. No otra cosa quiere promover el director que conoce tan bien a las personas

La humildad y la fragilidad no son sino medios para que ambos personajes perseveren en el bien. Los posibles errores de juicio que cometen en modo alguno proceden de que en su propósito no deje de estar presente la irrenunciable determinación por hacer el bien. Una perspectiva que rápidamente tejerá la comunión entre ambos personajes. Lo veremos sobre todo en el final de la película.

La humildad del P. O’Malley, hemos señalado, se pone de relieve en su actitud ante el misterio de lo familiar que se evidencia en el matrimonio Gallagher, al que nos podemos acercar por medio de preguntas que McCarey sólo permite que contestemos de un modo sutil, casi podríamos decir que pudoroso. ¿Qué les unió? ¿Por qué se separaron? ¿Qué les impidió ir al encuentro mutuo? ¿Qué les puede esperar? Insistimos. No se va a encontrar en la pantalla ninguna pista ni indicio que permita conjeturar una respuesta con verosimilitud. No otra cosa quiere promover el director que conoce tan bien a las personas.

La familia no se reduce a problemas sólo si ignoramos la manera con que nosotros, humanos, estamos implicados en ella

McCarey no presenta a la familia Gallagher como un problema, cuya solución estuviese en manos del P. O’Malley como diestro terapeuta oficiosa. Más bien el director suscribiría las apreciaciones de Gabriel Marcel acerca de que nos aproximamos a un misterio en el que nos encontramos envueltos e implicados en primera persona.

… la familia me parece que pertenece a un orden de realidades, incluso diría de presencias, que sólo pueden dar lugar a problemas en la medida en que ignoramos no tanto su carácter peculiar, cuanto la manera en que nosotros, humanos, estamos implicados en ellas. (Marcel, 2022d: 82).

En este preciso sentido la familia es un misterio, y esta es la razón por la que no se puede sino impropiamente, confusamente, tratarla como simple materia de problemas

Marcel considera que en la familia existe un misterio que guarda una analogía con respecto al vínculo que une a cada ser humano con su cuerpo. 

… este vínculo no lo puedo poner idealmente ante mí como un objeto sin infravalorar su naturaleza esencial. De ahí que todas las relaciones a las que recurriré para calificarlo o para precisar su función se revelarán invariablemente inadecuadas: no puedo decir en verdad ni que soy dueño de mi cuerpo, ni que soy esclavo del mismo, ni que soy su propietario. Todas estas relaciones son verdaderas a la vez, lo que equivale a decir que cada una de ellas tomada por separado es falsa, que no tanto traduce cuanto traiciona una cierta unidad fundamental, de la que habrá que decir que es menos dada que donante, porque es la raíz de mi presencia en mí mismo, de la presencia de todas las cosas en mí mismo y superándose así como simple problema que se apoya sobre sus propias cosas dadas, que las invade superándose así como simple problema. En este preciso sentido la familia es un misterio, y esta es la razón por la que no se puede sino impropiamente, confusamente, tratarla como simple materia de problemas. (Marcel, 2022d: 82).

Siempre es más oscuro justo antes del amanecer

En la pantalla vemos que la aproximación del P. O’Malley al matrimonio que se reencuentra después de tantos años es muy cuidadosa. Intuye que puede recaer por la peligrosa pendiente del mutuo reproche y les propone cantar una vieja canción, “In the Land of Beginning Again”, que invita a superar las penas del pasado y a mirar el futuro, que sólo ellos saben cuáles son. Con la sabiduría de saber que “siempre es más oscuro justo antes del amanecer”.

La pantalla es particularmente propicia para mostrar ambas analogía. La corporalidad de los personajes es al mismo tiempo representativa —nos permite reconocer a los personajes— y enigmática —. Viene a propósito el celebrado pasaje de Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones Filosóficas, que habitualmente se cita sólo con la primera frase.

El cuerpo humano es la mejor figura del alma humana. ¿Pero qué pasa con una expresión como: «Cuando lo dijiste, lo entendí en mi corazón»? Y al decir eso uno señala el corazón. ¿Y acaso no se hace en serio este gesto? ¡Claro que se hace en serio! ¿O es uno consciente de usar tan sólo una figura? Ciertamente que no.  —  No es una figura que escojamos, no es una metáfora, y, sin embargo, es una expresión figurativa. (Wittgenstein 1999: 152).

Mi familia, o mejor dicho mi linaje, es la sucesión de las modalidades históricas según las cuales el genio humano se ha individualizado hasta convertirse en el ser singular que soy

Si nos planteamos ahora es que del mismo modo que representaciones fugaces, sombras, representan eficazmente al mismo tiempo que ocultan el misterio de la corporalidad, lazos efímeros entre los personajes, también hechos de fugacidad y sombra representan y ocultan el misterio de los familiar, en expresión de Marcel. Nos facilitan acercarnos a él.

… debo reconocer que detrás de esta zona iluminada y tan reducida que denomino mi familia se extienden infinitamente ramificaciones que al menos, con derecho, puedo perseguir sin descanso; con derecho solamente; pues de hecho muy pronto una oscuridad impenetrable envuelve este «precedente» de mí mismo y me prohíbe explorarlo. Pero hay suficiente como para que, siguiendo este cordón umbilical de mis antecedentes temporales, vea formarse ante mí y sin embargo tras de mí una red indefinida que, en el límite, sería quizá coextensiva al género humano mismo; mi familia, o mejor dicho mi linaje, es la sucesión de las modalidades históricas según las cuales el genio humano se ha individualizado hasta convertirse en el ser singular que soy. (Marcel, 2022: 84).

… entre mis ascendientes y yo tiene que existir una relación infinitamente más oscura y más íntima, participo de ellos como ellos participan de mí —en lo invisible; ellos me son, yo les soy— consustanciales.

El respeto del P. O’Malley por la familia que tiene delante, por cada familia con la que se puede encontrar[2], es respeto por el “cordón umbilical de mis antecedentes temporales”, “una red indefinida que, en el límite, sería quizá coextensiva al género humano mismo”. Parece más que verosímil que la falta de respeto a la estabilidad familiar que se percibe entre quienes no son capaces de admitir la nota de indisolubilidad del matrimonio requiere necesariamente una amnesia hacia todo lo que nos ha constituido hasta llegar a ser como somos. Y consecuentemente una ingratitud y una fragilidad.

Todo lo que me es posible reconocer en esta creciente y grandiosa indeterminación es que todos estos desconocidos que se escalonan entre mí y los impensables orígenes, sean cuales sean, no son simples causas de las que yo sería el efecto o el producto; estos términos de causa y efecto no tienen aquí ningún sentido: entre mis ascendientes y yo tiene que existir una relación infinitamente más oscura y más íntima, participo de ellos como ellos participan de mí —en lo invisible; ellos me son, yo les soy— consustanciales. (Ibidem).

Tal es mi sitio, yo criatura arrojada en medio de este tumulto, tal es mi inserción en este mundo impenetrable

El misterio familiar es, en consecuencia, un misterio de comunión. Cuando Marcel predica la conexión intrínseca entes esperanza y comunión, no sólo tiene presente un acontecimiento de presente y de futuro, que pudiera resultar incierto. Es una dinámica relacional constitutiva de nuestro propio ser. Nuestra ubicación en el mundo. La crisis familiar de los Gallagher trajo consigo tres personas desubicadas en el mundo: los esposo separados, la hija sin referencias. El P. O’Malley acude a ellos con una actitud de servicio a un misterio que ellos sólo van a poder reconocer en la medida que lo recuperen.

Mediante este conjunto inextricable de relaciones y presentimientos se define el misterio familiar en el que estoy implicado por el hecho mismo de que soy: por la articulación de una estructura de la que sólo distingo los primeros lineamentos, por la articulación de un sentimiento que se modula entre lo íntimo y lo metafísico —y de la promesa consentida o rechazada por la que se me reclama a hacer mío el deseo difuso que es como el centro de mágica instigación de mi existencia personal—. Tal es mi sitio, yo criatura arrojada en medio de este tumulto, tal es mi inserción en este mundo impenetrable. (Ibidem).

Evocar el misterio de la familia será, pues, mucho menos pretender resolver una cuestión que obligarse a recuperarse, a presentar al alma una realidad cuya conciencia se ha borrado trágicamente…

Quizás no sea necesario subrayar que para Marcel y para McCarey cuando lo lleva a la pantalla, el “conjunto inextricable de relaciones y presentimientos” que define el misterio personal no es una losa de tradición que oprime la aparición de la propia conciencia individual, como cierto discurso liberal anti-familia muy extendido tiende a presentar.[3] Es todo lo contrario. Sólo una personalidad integral, bien constituida —no sólo una conciencia— desde sus raíces familiares encuentra su lugar en el mundo. Y a la inversa: quitar a las personas sus raíces de linaje hace más problemática esa ubicación real.

Evocar el misterio de la familia será, pues, mucho menos pretender resolver una cuestión que obligarse a recuperarse, a presentar al alma una realidad cuya conciencia se ha borrado trágicamente desde hace varias generaciones, no sin que esta obnubilación haya contribuido a precipitar a los hombres en el infierno en el que los vemos debatirse hoy. (Marcel 2022d. 84-85).

Un sentido de familia humana que verdaderamente trace avenidas de comunión frente a la tentación de abandonarse a los discursos de confrontación y de falta de valoración de lo que nos une

McCarey, como Frank Capra (Sanmartín Esplugues, J., & Peris-Cancio, J.-A. 2017 a; 2019 a; 2019 b; 2020a), John Ford (Sanmartín Esplugues, J., & Peris-Cancio, J.-A., 2020 e), Mitchell Leisen (Sanmartín Esplugues, J., & Peris-Cancio, J.-A., 2019 c) y Georges Stevens (Peris-Cancio, J.-A., 2012) —por citar algunos de los cineastas que reputamos más representativos del personalismo fílmico— eran conscientes de que la sociedad —americana pero no sólo— salía fuertemente herida tras dos guerras mundiales.

En el hondón de estas tragedias repetidas como conflagración mundial sin duda se encontraba el haber perdido cada vez más un sentido de familia humana que verdaderamente trace avenidas de comunión frente a la tentación de abandonarse a los discursos de confrontación y de falta de valoración de lo que nos une como linaje humano. Un pretendido tratamiento científico de la diferencia cultural ha subrayado peligrosamente caminos que llevan a la mutua indiferencia, no al mutuo reconocimiento.[4]

Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…

Las propuestas de estos cineastas personalistas no muestran familias idílicas, sino vivencias personales de superación a través del mutuo don y reconocimiento en el seno de una comunidad. Una respuesta adecuada para estar a la altura del desafío que supuso la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948 (O.N.U., 1948).

En efecto, en el primer párrafo del Preámbulo de este documento se alude de manera interpelante a la familia humana: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…” Sin esa expresión fuerte, la alusión a la Declaración “como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse” quedaría —y con excesiva frecuencia queda— carente de la necesaria solidez en su fundamento y en su capacidad de movilización.

 

2. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XIV): EL REENCUENTRO DE MARY (MARTHA SLEEPRER) Y JOE GALLAGHER (WILLIAM GARGAN) POR INICITIVA RESPETUOSA DEL P. O’MALLEY (BING CROSBY)

¿Qué es tan importante que no me lo podía decir por teléfono?

Escena de The Bells of St. Mary's, de McCarey
El difícil reencuentro entre Joe Gallagher (William Gargan) y su esposa Mary (Martha Sleeper) en The Bells of St. Mary’s (1945). Imagen 3

Conviene que recuperemos el texto filosófico fílmico y que comprobemos como presenta McCarey de modo más pormenorizado ese proceso de aproximación matrimonial entre los Gallagher, con toda la carga que le venimos atribuyendo de significación a una renovación del sentido de familia.

El plano nos muestra un apartamento. Se escucha sonar el timbre de la puerta. Vemos aparecer a Mary Gallagher (Martha Sleeper) que se acerca y abre la puerta principal. Vemos al P. O’Malley que es quien ha llamado. Se quita el sombrero mientras pasa al interior de la vivienda.

Mary Gallagher (En adelante, MG, saluda animada): “P. O’Malley, pase”.

POM (Con confianza): “ Hola, Mrs. Gallagher. ¿Cómo le va? (Deja un sombrero con ala de color negro sobre el sofá que hay a la derecha del espectador).

MG (Que esperaba su visita): “¿Qué es tan importante que no me lo podía decir por teléfono?”. (Se sitúa frente al sacerdote, y la cámara los recoge frente a frente. Suena una música de fondo con un tono sentimental que de un modo más o menos intenso acompaña la escena).

POM (Inclinando la cabeza): “No sé por dónde empezar”.

MG (Junta las manos y nerviosa cree poder anticipar): “¿Es sobre Patsy?”.

POM (Mirándole a los ojos): “Sí”.

Me ha dicho que tenía que ver con Patsy… Sí. He encontrado a su padre

La respuesta sucinta del párroco confirma su planteamiento. Lo que veremos a continuación, el reencuentro entre Mary y Joe, su esposo, no es un mero “asunto de los dos y de nadie más”. Afecta a la comunidad que han constituido, a la familia. Y por tanto es asunto de Patsy también, de su inserción en el mundo impenetrable del linaje. Pero la madre en estos momento no puede anticipar de lo que se trata, y pasa a exponer legítimos temores sobre el rendimiento académico de su hija en la escuela.

MG (Preocupada): “¿Qué ha pasado, Padre? ¿Qué ha hecho?”.

POM (Abreviamos según costumbre, preparando el terreno): “No es necesariamente una mala noticia. De hecho, podría ser buena”.

MG (Relajada): “¡Me alegro mucho! ¡Le ha estado yendo tan bien! (Se vuelve hacia la cámara en queda en primer término, de espaldas al párroco). “Si le pasara algo…”. (Y se gira hacia él).

POM (Tranquilizándola): “No le ha pasado nada. Esté tranquila”.

MG (Como justificando su actitud inquieta): “Me ha dicho que tenía que ver con Patsy”.

POM (Ya descubriendo lo que pasa, y trasladando la mirada del reencuentro hacia la dimensión familiar): “Sí. He encontrado a su padre”.

¿Cómo dio con él?… Uno se hace pianista para siempre. A través del sindicato de músicos

Este era el momento que el P. O’Malley estaba preparando, porque no sabía que reacción podía acarrear en Mary Gallagher tras tantos años de una separación cuyos motivos reales apenas se le expusieron con claridad[5], aunque dibujaban un escenario que se podía recomponer de un modo verosímil. Dos personas que no supieron madurar su proyecto familiar, y el padre optó por desentenderse, lo que en sus día a veces se designaba como un “ahí te quedas” o un “bajó a comprar tabaco y ya nunca volvió”. Pero el cariño mutuo probablemente no desapareció del todo.

MG (En primer plano, con gesto muy impactado, mientras sube el volumen de la música sentimental que acompaña la escena): “¿A Joe?”.

POM (Sereno, en primer plano): “Creo que sí. (Se ríe). Le he contado la historia como usted me la contó a mí. (Ahora Mary Gallagher en el plano). Le he descrito a usted…”.

MG (En el plano, interrumpiéndole): “¿Cómo dio con él?”.

POM (En el plano, con Mary Gallagher de espaldas): “Uno se hace pianista para siempre. (Cruza los brazos). A través del sindicato de músicos. (En primer plano, moviendo un dedo y guiñando un ojo). Hablé con el mandamás, Petrillo”.

Bueno… ¿Está en la ciudad? ¿En la ciudad? Él está ahí fuera, en el vestíbulo

McCarey dosifica bien la escena, como es propio de su sensibilidad a la hora de describir los procesos personales. Tras la revelación de información tan relevante, lo propio es que se produzca una pausa, un momento imprescindible para asimilarla. Sólo así resulta creíble para el espectador.

MG (En el mismo plano que antes, pero avanzando hacia el P. O’Malley): “No sé qué decirle”.

POM (Renunciando a cualquier dirigismo en un momento tan personal): “Yo tampoco”.

MG (Todavía bajo el impacto): “Bueno… (Se ríe nerviosa). ¿Está en la ciudad?”.

POM (Con los brazos abiertos, plenamente consciente de que su respuesta va a suponer una nueva aceleración del proceso). “¿En la ciudad? Él está ahí fuera, en el vestíbulo”.

MG (Sorprendida y agobiada por lo rápido que se ve obligada a reaccionar): “Oh, no…”.

POM (Ahora firme): “¿Lo hago pasar?”.

Joe es el único hombre que de verdad he amado en mi vida. Pero…

De nuevo McCarey acerca al dosificar la escena, y además aportando un dato muy revelador. Mary Gallagher ha sostenido a su hijo de un modo que apunta a que ha sido por medio de tener relación con otros hombres. No apunta hacia prostitución propiamente, pero sí a haber podido ser la amante, la mantenida de otros caballeros. Pero todas esas relaciones instrumentales no han impedido que ella reconociera ante el P. O’Malley que “Joe es el único hombre que de verdad he amado en mi vida. Pero…”. Por eso su reacción es de cuidar la imagen primera que él vaya a recibir de ella.

MG (Nerviosa): “No, es que… (Pone la mano en el brazo del sacerdote, de manera confidente y camina hacia la puerta de la habitación en el fondo del plano). Espere un momento, por favor. (Antes de entrar a lo que parece su dormitorio). Tengo… (Se atusa el cabello). Usted me entiende. (Cierra la puerta de la habitación y el P. O’Malley abre la de la entrada).

 Es un gran momento para mí. Son trece años. Era mucho más joven. Él no ha estado precisamente congelado, ¿sabe?

La cámara se sitúa en el vestíbulo al otro lado de la puerta del apartamento. Vemos al P. O’Malley que sale por ella y a Joe Gallagher (William Gargan[6]), en primer plano pero de espaldas, con el sombrero en la mano. El sacerdote cierra y ambos se aproximan entre sí.

POM (Gesticulando de modo alusivo): “Dele unos minutos. Se está arreglando el pelo y empolvando la nariz. (Joe de espaldas hace gestos de comprender). Ya sabe cómo es. (Trasparencia y plano de Mary Gallagher que sale de la habitación con una apariencia más cuidada. Lleva un pañuelo en la mano. Suspira y le dice al sacerdote).

MG (Con cierta inseguridad): “Es un gran momento para mí. (Camina hasta acercarse a él). Son trece años. Era mucho más joven”.

POM (Con realismo y humor): “Él no ha estado precisamente congelado, ¿sabe?”.

MG (Se ríe nerviosa): “Bueno… (Se retira un poco y sale del plano). Que entre. (El P. O’Malley abre la puerta. Queda en el plano de espaldas mientras Joe Gallagher aparece por primera vez de cara al espectador. Penetra con pequeños pasos y se lo ve que intercambia una sonrisa con el sacerdote. La música llena el silencio. Plano de Joe que sigue con la misma actitud con el P. O’Malley. Intercambian miradas. Mary habla con dificultad. Se dirige a Joe). Hola”.

Joe Gallagher (En adelante JG, en el plano con el párroco): “Hola”. (Mary Gallagher en el plano, sonríe).

POM (En el plano con Joe, pensando que su cometido ha terminado): “Adiós”. (Y va hacia la puerta).

No has cambiado nada… Tú tampoco, Joe

El gesto del sacerdote confirma que su voluntad es de pleno respeto a la dinámica propia de los Gallagher. Su misión estaba cumplida. Ya los había puesto en contacto. Ahora los deja en libertad. Pero son ellos quienes en uso de esta le van a pedir que siga estando con ellos.

JG (En el plano hace un gesto para retenerlo): “No se vaya todavía”.

MG (Primero sólo su voz, luego con ella en el plano): “Por favor, quédese un ratito. Están los tres en el plano y Mary le coge el sombrero a Joe, que le mira). Joe, siéntate. (El P. O’Malley le da unas palmaditas a la espalda para animarle. Joe camina hacia el sillón que hay a ala derecha del espectador, mirando de frente. Ella se dirige al párroco). Usted también, Padre”.

POM: “Gracias». (Se sientan los tres: Joe en el sofá, Mary enfrente de él en una silla y el P. O’Malley en el brazo del sofá, cruzando los brazos. Mary sostiene el sombrero de Joe).

JG (A Mary Gallagher, dulce y halagador): “No has cambiado nada”.

MG (En primer plano, devolviendo el cumplido): “Tú tampoco, Joe”. (Joe sonríe y mira al P. O’Malley, quien a su vez se dirige la mirada hacia ella. Plano del pastor que guarda silencio. Mary muestra dominar la situación y se dirige a Joe). Hazme un favor”.

JG (Sorprendido, en un plano de los tres): “¿Cuál?”.

MG (En el mismo plano): “Toca el piano”.

JG (Se resiste): “Oh, oh…”. (Pero Mary insiste y lo levanta del brazo).

Por favor, por favor. Quiero que el Padre te oiga. Le he hablado de ti. No me defraudes… ¿Cuál era es canción que nos gustaba tanto?

De nuevo McCarey es el que domina la escena. Sabe lo difíciles que son las palabras en esos momentos. Y la solución de que Joe toque el piano puede dar lugar a que se expresen palabras que lleguen el otro de modo indirecto, más sutil.

MG (Persuadiendo a Joe): “Por favor, por favor. Quiero que el Padre te oiga. Le he hablado de ti. No me defraudes. (Se lo dice mientras él, sonriente, se ha levantado y avanza hacia un piano que aparece al lado izquierdo del espectador en el plano. Caminan juntos unos pasos y al llegar, él se sienta en la banqueta junto al teclado. Ella se gira hacia el P. O’Malley). Escuche esto, Padre. Es realmente muy bueno. (Tras el piano se ve una ventana, una estantería con libros, una vitrina y un sillón. Delante del piano hay un jarrón con flores. Joe ensaya unos pocos acordes y Mary se detiene y piensa). ¿Cuál era es canción que nos gustaba tanto?”.

JG (Con gesto de intentar recordar): “¿Te refieres a By The Sea?”.

MG (Un poco decepcionada): “No, Joe. (Pensando y riéndose). No… Tenía… Tenía parte de The Rosary…». (Él toca y ella la tararea. Plano del P. O’Malley que con los brazos cruzados intenta reconocerla, mirando hacia el techo).

MG (En el plano con Joe en el piano): “Pero así no era la melodía. (Mira hacia el frente y luego hacia él). ¿Joe, no la recuerdas? (Él sigue tocando). Dijimos que, pasara lo que pasara, nunca olvidaríamos esta canción”. (Joe pone gesto de contrariedad). Y entonces nosotros prensamos el capullo de la rosa en el libro. (Él se queda mirándola). ¿Qué pasó?”.

JG (Mientras sigue tocando unas notas): “Sí. ¿Dónde está el libro?». (Ella se queda callada).

In the Land of Beginning Again (En la tierra del volver a empezar)…

De un modo claramente perceptible, la música, que estaba llamada a ser un camino para una mayor comunión de almas, parece comenzar a suscitar un nuevo desencuentro, o un acto fallido. Planea de nuevo de modo implícito la sombra del reproche. Providencialmente el P. O’Malley va a poder intervenir y cambiar ese curso de los acontecimientos. La cámara lo enfoca y el tose para intervenir.

MG (En el plano con Joe, ambos mirando hacia el párroco): “¿Qué pasa? ¿La conoce?”.

POM: “Claro. Es una vieja canción titulada ‘In the Land of Beginning Again`[7]”.

JG (En el plano, sonriendo, con Mary a su lado): “¿Por qué no lo ha dicho?”.

POM (Con la cámara que lo toma desde Joe en primer plano, con el piano y Mary a su lado, con los brazos cruzado): “No me lo han preguntado”.

MG (Al P. O’Malley): “Venga y acompáñenos”.

POM (Acercándose, en broma): “Lo van a lamentar”. (Comienza a cantar).

Hay una tierra de nuevo comienzo

Donde los cielos son siempre azules.

Aunque hayamos cometido errores, eso es cierto. (Plano de Joe y Mary, él le mira a ella).

Olvidemos el pasado y empecemos la vida de nuevo. (Primer plano P. O’Malley).

Aunque hemos vagado por un río de lágrimas,

Donde la luz del sol no llega, (Plano de Joe y Mary que le mira).

encontremos ese Paraíso donde la tristeza no puede vivir, (Plano del P. O’Malley).

Y aprendamos las enseñanzas de olvidar y perdonar,

En la tierra de empezar de nuevo,

Donde los sueños rotos se hacen realidad.

Termina. Joe y Mary se miran. Fundido.

 

3. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XVI): LA FIESTA DE GRADUACIÓN DE PATSY (JOAN CARROLL), SU FRACASO DELIBERADO EN LOS EXÁMENES FINALES Y LA DISTINTA ACTITUD PEDAGÓGICA DE LA HERMANA MARY BENEDICT (INGRID BERGMAN) Y DEL P. O’MALLEY (BING CROSBY)

Las niñas están nerviosísimas… Es un gran momento en sus vidas

Plano de una dependencia de la Escuela, una especie de salón que se está aprovechando para las probaturas de los vestidos de graduación. Se ven vestidos de las jóvenes extendidos por sillas y mesas.

Mujer[8] (Que parece ser la modista): “Las niñas están nerviosísimas”.

Hna. Michael (Ruth Donnelly, mientras extiende los vestidos): “Sí”.

Mujer: “Me recuerda cuando me gradué…».

Hna. Michael: “Es un gran momento en sus vidas. (Sigue con la misma tarea). Por cierto, es la primera vez que llevarán tacón alto”.

Se abre la puerta al fondo. Entra la Hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman). Le sigue una fila de chicas. Se nota que caminan con dificultad por estar acostumbrándose al tacón.

Patsy es la preferida de la maestra. Tiene el mejor traje. A mí me quedaría mejor

La hermana superiora se pone a un lado, y junta sus manos en sus mejillas muy emocionada de ver así a sus pupilas. Ellas van pasando, haciendo comentarios entre ellas y desfilando en torno a una mesa larga que hay en el centro del salón. Al fondo hay una ventana. McCarey hace ver la carga emocional que se respira en el ambiente. Se trasluce en las conversaciones entre las niñas.

Patsy Gallagher (Abreviamos PG, mientras se da media vuelta ante la hermana Mary Benedict): “Mire hermana”. (Y luce el vestido dándose varias vueltas).

HMB (Como venimos abreviando a la Hermana Mery Benedict, que se acerca receptiva): “Es hermoso, Patsy. (Se aproxima más y le toca). Súbete la manga. Pienso que es un poco largo”.

PG (De medio lado, mientras la otra mujer le mira): “Así debe ser”.

HMB (Insistiendo, mientras se agacha para verlo mejor): “Sólo en un lado. No querrás tropezarte”.

Delphine Ford (Edna May Wonacott, celosa con su compañeras): “Patsy está acaparando toda la atención”.

HMB (Corrigiéndola, mientras se levanta): “No es así”.

Delphine Ford (En la misma actitud envidiosa): “Patsy es la preferida de la maestra”.

PG (Contestándole sin rodeos): “Estás celosa”.

Delphine Ford (Justificando el motivo de su queja por lo que considera un agravio): “Tiene el mejor traje. (Presumida). A mí me quedaría mejor”.

HMB (Corrigiéndolas): “Ya está bien, chicas”.

Se me ha ocurrido una cosa chocante. Imagínese que después de todo esto suspendo. ¡Qué horror!

La escena tiene su importancia para situar la relación entre los personajes, y también la propia evolución de la hermana Mary Benedict. En la segunda contribución dedicada al estudio de esta película[9], la hermana Mary Benedict había mostrado cierta distancia con respecto a Patsy, cuya presencia interpretaba como consecuencias de una imposición del párroco. Ahora, en cambio, el juicio de Delphine Ford, sea justo o no, sí que revela que esta actitud ha cambiado, y que la implicación de la religiosa hacia la joven Gallagher es notoria. Al mismo tiempo se abre la consideración de que la graduación no está garantizada hasta que hagan los exámenes finales y los apruebe,

La superiora de las monjas se da media vuelta y se acerca al grupo de las chicas que forman un pequeño corro, delante de la mesa.

HMB (A las muchachas): “Ahora ya es momento de que se quiten los vestidos”.

Otra niña (A la Hermana Mary Benedict, como tanteando el terreno sobre la dificultad de los exámenes finales): “Se me ha ocurrido una cosa chocante. Imagínese que después de todo esto suspendo. ¡Qué horror!”.

Una segunda niña (Buscando que rebaje el nivel): “Hermana, usted no nos haría esto a nosotras». (La hermana hace un gesto de negación con respecto de que no vayan por ahí).

Una tercera niña: “Sería genial que no hubiese exámenes finales de ningún modo”.

HMB (Con firmeza, apoyando sus palabras con un gesto de abrir las manos): “No van a lograr nada. Vayan. Quítense los vestidos. Tengan cuidado”. (Las chicas dan media vuelta y salen de la habitación).

Hermana, ¿puedo llevarme el vestido y enseñárselo a mi mamá?… Sí. Supongo que se pondrá muy contenta

McCarey va dejando apuntados los hitos que van a marcar la crisis de Patsy. Va a pasar de un estado de felicidad en el que contempla su graduación con un vestido muy bonito, a otro de zozobra en el que cree que su madre está manteniendo de nuevo una relación con un hombre como medio de subsistencia. No sabe que se trata de su propio padre. La acción del P. O’Malley no ha previsto tenerla a ella al tanto de un acontecimiento tan crucial. O ha preferido que sean sus propios padres quienes lo gestionen.

PG (Regresa al salón por la puerta por la que acaba de salir y siguen haciéndolo las demás jóvenes): “Hermana, ¿puedo llevarme el vestido y enseñárselo a mi mamá?”.

HMB (Mostrando condescendiente con ella): “Sí. Supongo que se pondrá muy contenta”.

PG: “Gracias. Seguro que sí”. (Camina hacia atrás y sale de la escena).

El infortunado encuentro de Patsy con Joe, que no sabe que es su padre

Mediante la técnica del solapamiento de imágenes se ve a Patsy Gallagher que sale del ascensor del apartamento de su madre. Ve que en la puerta de vivienda se encuentra Joe, su padre, al que no conoce. Escucha, sin que ellos lo perciban el diálogo que mantienen.

JG (Muy contento): “Compraré los pasajes a Siracusa”.

MG (Acercándose a él y besándole los labios): “Adiós, Joe”.

¿Quieres un chicle?

Patsy los observa desde una esquina junto al elevador y se retira avergonzada hacia éste. Entra y aprieta el botón para bajar. Vemos que por un lateral Joe se apresura para entrar en el ascensor.

JG (Acelerado): “Un momento. (Da al botón de fuera y las puertas se vuelven a abrir. Entra en la cabina, se quita el sombrero, mientras se cierra la puerta. El plano nos lo muestra que está como recordando contento lo que acaba de vivir con Mary, su esposa. Patsy lo observa desconfiada. Joe se gira y le sonríe Intenta ser simpático con ella, si bien la trata como a una niña pequeña). ¿Quieres un chicle?”. (Ella sin contestar de palabra, niega moviendo la cabeza. Él se queda serio, se apoya en la pared posterior y parece seguir deleitándose con la rememoración de lo que acaba de vivir).

La presencia de un nuevo caballero derrumba su escenario de felicidad de una vida de familia entre su madre y ella

A continuación vemos el plano de salida del edificio. La cámara enfoca la puerta y por la acera unos cuantos peatones. Joe baja los escalones y se marcha por la izquierda del espectador. Patsy se le queda mirando. Siguen pasando viandantes. Patsy baja a su vez las gradas. Fundido.

Con la preferencia propia de McCarey por la narración visual, se nos ha ofrecido magistralmente la situación de conflicto de la adolescente. Sus progresos en el colegio, reconocidos por la madre ante P. O’Malley unos minutos antes, parecían ir de la mano de una mejor estabilización de la convivencia en casa de Mary Gallagher. La presencia de un nuevo caballero derrumba su escenario de felicidad de una vida de familia entre su madre y ella. Ya no tiene sentido enseñarle el vestido, ni tampoco la propia graduación. Ahora deseará seguir en la escuela interna, como un ámbito más saludable para su vivencia afectiva.

Esta la respondí de dos formas: sí y no… Bueno, Luther

Plano de la hermana Mary Benedict en su mesa de clase. Detrás de ella la pizarra. A la izquierda del espectador las enseñas nacionales de Estados Unidos. A la derecha del tablero de la mesa, libros apilados. Ella está escribiendo en un cuadernos con unas hojas delante. Los niños se le van acercando y le entregan una hoja. Pronto percibimos que están desarrollando el temido examen final. Luther (Jimmy Crane) se lo enseña contento, acercándose a ella por un lado, detrás de la mesa.

Luther (Muy optimista, explicando cómo ha solucionado el examen): “Esta la respondí de dos formas: sí y no”.

HMB (Le hace un gesto de comprensión): “Bueno, Luther”.

Luther (Mientras se retira sonriendo): “Gracias”. (La hermana Mary Benedict le devuelve la sonrisa. Pone el examen encima de otros en el montón de papeles, que coge y sacude para igualar las hojas).

Lo siento, Patsy. Se acabó el tiempo

Plano de Patsy que está sola en una mesa del aula, con el codo apoyado y la mano en la mejilla. Plano de inquietud de la hermana Mary Benedict. Primer plano de Patsy con el gesto muy tiste —no está nerviosa como sería lo propio de alguien que está haciendo más el examen por no acudir suficientemente preparado—coge el lápiz con las manos. La música acompaña con un tono propio. La chica se queda con pose inquieta unos segundos y vuelve a escribir.

El primer plano de la hermana Mary Benedict nos la muestra mirando hacia Patsy, con desasosiego. Traga saliva. Mueve las manos. Mira el reloj de bolsillo que está sobre el tablero de la mesa y lo toma. Primer plano de Patsy, muy cercano. Se coge la cabeza con una mano, mientras sigue escribiendo. Solloza un poco. Plano de la monja que la mira. Pasan unos segundos.

HMB (Dulce): “Lo siento, Patsy. Se acabó el tiempo”.

Plano de la clase desde el fondo del aula, opuesto al lugar de la mesa del profesor. Se ve a Patsy de espaldas que se levanta para entregar el examen, con la hermana Mary Benedict al fondo, sentada detrás de la mesa. Se acerca caminando despacio, de espaldas a la cámara y lo entrega. Solapamiento de escenas.

Son un grupo maravilloso… Debería estar orgullosa de ellos

Vemos al P. O’Malley que llama a la puerta del despacho de la hermana Mary Benedict, que está abierta. Ella en primer plano se encuentra sentada junto a la mesa y le mira. Estamos a punto de poder presenciar una de las escenas de más flagrante contradicción entre los criterios educativos de la superiora y del párroco. Como ya hemos adelantado ambos coinciden en el mismo error: desconocer lo que la alumna estaba viviendo en esos momentos.

POM (Jovial): “¿Puedo pasar? (Ante el gesto de ella, con sencillez). No se levante. Sólo soy el pastor de aquí. (Se acerca a la mesa de la monja y mira con poco disimulo los papeles que ella tiene delante). Está corrigiendo los exámenes, veo”.

HMB (Más bien grave): “Sí”.

POM (En pie, mirando hacia ella). “Son un grupo maravilloso”.

HMB: “Sí”.

POM (Persuasivo): “Debería estar orgullosa de ellos”.

HMB (Asintiendo, mientras mira al párroco): “Lo estamos”.

Supongo que abrió el corazón y las aprobó a todas… Todas menos una, Padre

 P. O’Malley (Bing Crosby) en The Bells of St. Mary's
La perplejidad del P. O’Malley (Bing Crosby) ante la rigidez de los criterios pedagógicos de la hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman) en The Bells os St. Mary’s (1945). Imagen 4

A continuación el párroco va a mostrar a pecho descubierto que su presencia busca interceder por los jóvenes. En su estilo educativo concibe lo que hoy se designaría como evaluación continua, una observación de que los alumnos consiguen sus objetivos no concentrada sólo en la prueba final. La hermana Mary Benedict, por el contrario, es partidaria de evaluar sólo con el examen, probablemente considerando los hábitos propios de la legislación educativa de la época.

POM (Desenvuelto): “Me crucé con algunas de las chicas. Se mueren por saber las notas. Se supone que tenía que venir a espiar cómo les había ido, sin que usted los supiera. Supongo que abrió el corazón y las aprobó a todas”.

HMB (Seria): “Todas menos una, Padre”. (Le entrega un examen).

POM (Inquieto, ve de quién es y le pregunta extrañado): “¿Patsy? (La hermana superiora asiente sin que se le escuche palabra. Primer plano del P. O’Malley, reaccionando con compasión). Ay, no. (Comienza a defenderla). Este es sólo un tema”.

HMB (Seria): “Los demás están peores. No llegan al sesenta”.

POM (En el plano, llevando su argumento al extremo absurdo): “Puso bien la fecha y el nombre. (Mira hacia la hermana Mary Benedict). ¿No es suficiente para aprobarla?”.

¿No cree que la reputación del colegio significa algo?… “¿Y qué pasa con Patsy? St. Mary´s no le está sirviendo de mucha ayuda

Al no plantearse lo que le ha podido pasar a una joven que iba bien para fracasar tan estrepitosamente, la hermana Mary Benedict y el P. O’Malley derivan hacia una conversación sobre el sentido de la evaluación, que resulta claramente polarizada. Parece que a la monja le preocupa ante todo el prestigio de la escuela y al párroco el bien de los estudiantes, cumplan o no con los objetivos educativos.

HMB (En el plano, firme): “¿No cree que la reputación del colegio significa algo?”.

POM (En el plano, reivindicando su postura centrada en el alumno): “¿Y qué pasa con Patsy? St. Mary´s no le está sirviendo de mucha ayuda. (Con la hermana Mary Benedict en el plano). ¿No deberíamos ayudar a niños como ella? (La monja hace gesto de escuchar y pensar lo que le dice). Está empezando a creer en ella misma. Un golpe como este… Quizás nunca se reponga”. (El argumento está claramente polarizado. En el fondo su exceso de paternalismo le impide valorar los progresos que ha hecho Patsy y no sospechar de por qué le ha podido ir tan mal el examen. Tampoco está pronto y receptivo a valorar que la monja se haya implicado con ella más de lo que muestra en este momento).

HMB (En el plano): “¿Cree que debemos aprobar a todos, Padre?”. (Y se le queda mirando).

POM (En el plano, tras unos segundos de silencio): “Quizás. Quizás lo piense así”.

HMB (En el plano los dos): “No puedo creer lo que usted quiere decir”.

El error imperdonable de un cierto racionalismo ha consistido precisamente en sacrificar sin contrapartida lo humano como tal, a ciertas Ideas cuyo valor regulador no se puede cuestionar en absoluto.

El párroco aboga con un criterio de personalización de la educación. Se trata de algo correcto como planteamiento global, pero excesivo si no va acompañado de algunos criterios que permitan compartir que se va produciendo un progreso, un verdadero aprendizaje. Pero probablemente McCarey se sitúa con el P. O’Malley en el sentido de advertir como más peligroso una escuela que evalúa desde la competitividad, sin poner suficientemente el acento en las personas. Coincidirá sin duda con la crítica de Gabriel Marcel hacia una mentalidad racionalista.

Para responder a semejante asunto conviene, me parece, hacer intervenir la idea de una cierta condición humana que no podemos esperar trascender con el pensamiento, pues la reflexión muestra que al pretenderlo nos elevamos por encima de ella, la falseamos, la empobrecemos. El error imperdonable de un cierto racionalismo ha consistido precisamente en sacrificar sin contrapartida lo humano como tal, a ciertas Ideas cuyo valor regulador no se puede cuestionar en absoluto, pero que pierden cualquier sentido si pretendemos constituirlas como un mundo existente en sí, y en comparación con las cuales este «humano en cuanto tal» no sería más que escoria o desecho. Esta nota general me parece apropiada para esclarecer el debate que se establece entre aquellos que quieren salvar la esperanza y quienes pretenden por el contrario relegarla al mundo de los espejismos. (Marcel 2022c: 63).

Una cierta condición humana que no podemos esperar trascender con el pensamiento, pues la reflexión muestra que al pretenderlo nos elevamos por encima de ella, la falseamos, la empobrecemos.

La manera de exponer sus convicciones para superar ese racionalismo por parte del P. O’Malley es sugestivamente narrativo. Con lo cual McCarey refuerza su recurso propio de narrar una historia a través de la película, incluyendo en la misma una narración oral. Podríamos hablar con justicia de una persuasión a través de una doble batería narrativa. Su punto de partida es “una cierta condición humana que no podemos esperar trascender con el pensamiento, pues la reflexión muestra que al pretenderlo nos elevamos por encima de ella, la falseamos, la empobrecemos” (Ibid.). Es decir, el error de igualar a los alumnos sin percibir sus diferencias, sus diversos puntos de partida.

POM (Firme, sobre los alumnos): “Para algunos es más fácil. (Suelta el papel de la mesa). No tienen ni que estudiar. Algunos sacan las mejores notas en el colegio y después no hacen nada. (La Hermana escucha humilde, mirando hacia abajo). Conocí una vez a un personaje. Un tipo llamado Elmer Hathaway. (Mientras habla se va desplazando por el despacho y pone las manos detrás de una silla, y luego la acerca junto a la hermana Mary Benedict, y se sienta). Íbamos juntos a la escuela. Bueno, o más o menos. Yo salí de la escuela. Elmer se quedó atascado. Estuvo tres años en el octavo grado. ¡Qué muchacho! La maestra se preguntaba cómo hacía para llegar al colegio. A veces no lo lograba. Los compañeros se burlaban de él. Era un soñador. A veces se olvidaba de que era sábado e iba al colegio. Una vez le preguntaron quién era Platón. Y dijo: ¿Qué Platón?”. (Pausa).

Él nunca lo supo, y desde entonces comenzó a desarrollar la seguridad en sí mismo

El relato de Elmer Hathaway representa el de tantos estudiantes a los que el sistema estandarizado de escuela deja fuera. Algo muy frecuente en zonas en las que los jóvenes pertenecen a minorías étnicas o proceden de una diversidad cultural. Lo común de ese sistema de selección educativa es que señala para que no sirven los estudiantes, pero no crea alternativas.

POM (Siguiendo con el relato de su compañero Elmer Hathaway): “Pero era hábil con las manos. Construyó un velero. (En primer plano). Una vez desapareció durante dos o tres días. Cuando regresó le preguntaron que dónde había estado y él contestó: “Tan sólo navegando. (En el plano la monja que sigue escuchando). Llegó a ser mucho más alto que sus compañeros de clase. Les dio lástima y lo dejaron pasar de grado. (En el plano el P. O’Malley que apunta un dato para nada en consonancia con la personalización de la educación). Creo que necesitaban el pupitre. (La hermana Mary Benedict sonríe ante el apunte y se mueve en la silla). Él nunca lo supo, y desde entonces comenzó a desarrollar la seguridad en sí mismo[10]. (Plano de los dos con la hermana en primer término que sigue mirando hacia abajo).

Hoy en día se ocupa de sus compañeros menos afortunados. Los que sacaban noventa y nueve y cien. Las mejores notas. Si alguien está en la miseria o sin trabajo, puede emplearse para Hathaway.

El P. O´Malley (y McCarey a través de él) siguen explotando el delicioso sentido de la paradoja que se esconde tras el relato de Elmer Hathaway. Una decisión puramente basada en interés administrativos de la educación —necesitaban un pupitre— impulsa la confianza en sí mismo del joven y su proceso de trasformación. El fracasado en la escuela pasa a ser un empresario de éxito, no sólo en los económico, sino en lo humano. Concibe su negocio como una enorme oportunidad de ayudar a los demás. La economía del don de McCarey, que tan extensamente tratamos en la contribución anterior, vuelve a ser tematizada.

POM (A la monja): “¿Ha oído hablar de los astilleros Hathaway?”.

HMB: “Sí”.

POM (Acercándose a ella): “Son de Elmer. Hoy en día se ocupa de sus compañeros menos afortunados. Los que sacaban noventa y nueve y cien. Las mejores notas. Si alguien está en la miseria o sin trabajo, puede emplearse para Hathaway. (Pausa y de nuevo asintiendo). Es un buen hombre. (Pausa. Se acerca, y mueve el sombrero que había dejado sobre el tablero de la mesa, delante de él). Por cierto, ¿con cuanto se aprueba?”.

HMB (En el plano, ella de cara y el párroco de espaldas): “Con setenta y cinco, ya lo sabe”.

POM (Para hacer ver que se trata de una medida relativa): “Sí. Ya sé eso. Pero, ¿quién lo impuso”.

HMB: “Nuestra escuela se basa en esto. Sin estándares…”.

POM (Interrumpiéndole): “¿Sí?”.

HMB (Abriendo las manos): “Pero… ¿No hablará en serio?”.

¿Estamos para ayudar a los niños o para mediar su inteligencia?

Insistimos. El argumento del párroco se desvía porque en su intento de personalizar la educación se pone en riesgo de perder cualquier criterio de objetivación. No es eso lo que busca la personalización educativa. Lo que pretende es adaptar esos criterios de manera flexible a la educación de cada joven. La pregunta que sigue faltando a los dos es simple: ¿qué le ha podido pasara a Patsy si hasta ahora venía mejorando? Con todo la dialéctica que emplea el sacerdote no deja de tener mucho sentido,

POM: “Sí. (Lo dice elevando el tono). ¿Estamos para ayudar a los niños o para mediar su inteligencia? ¿Por qué tienen que aprobar con setenta y cinco?”.

HMB (Asombrada): “¿Los aprobaría con sesenta y cinco?”.

POM (Tranquilo) : “¿Por qué no?”.

HMB (Llevando al absurdo el argumento): “¿Por qué no con cincuenta y cinco? ¿Para qué poner notas? ¿Por qué no cerramos el colegio?”.

POM (Robusteciendo su argumento): “Quizás es mejor que partirles el corazón”.

HMB (Dolida pero firme): “Eso es injusto, Padre. (Tomando aliento). Me duele mucho lo de Patsy. Cuando usted infiere que no me importa es injusto. (Pausa). He hecho todo lo posible por ayudar, pero debemos mantener nuestros estándares”. (El párroco la mira en silencio y ella cambia de tono). La aprobaré si me lo ordena. Pero no le voy a cambiar la nota”. (Le mira de reojo. Plano serio del P. O’Malley).

Yo me afirmo como persona en la medida en que asumo la responsabilidad de lo que hago y de lo que digo… ante mí mismo y ante el otro

Prueba de que se están olvidando de que la clave de la educación personalizada está en mirar a la persona para sacar de ella lo mejor es la siguiente escena, cuando Patsy entra en acción con una sorprendente resignación, que sin embargo no les genera la necesidad de hablar con ella más en profundidad, de acercarse mejor a su condición personal. De nuevo Marcel lo explica con brillantez.

… lo propio de la persona consiste por el contrario en afrontar directamente una situación dada y, añadiría, en comprometerse efectivamente. […] … la persona no puede tampoco ser contemplada como un elemento o como un atributo del yo. Mejor sería decir que es una exigencia que ciertamente surge en lo que me aparece como siendo mío o como siendo yo, pero esta exigencia no toma conciencia de si más que convirtiéndose en una realidad: no puede, pues, de ninguna manera ser asimilada a un capricho; digamos que pertenece al orden del «yo quiero», y no del «yo querría». Yo me afirmo como persona en la medida en que asumo la responsabilidad de lo que hago y de lo que digo. Pero ¿ante quién soy o me reconozco responsable? Hay que responder que lo soy, al mismo tiempo, ante mí mismo y ante el otro, y que esta conjunción es precisamente característica del compromiso personal, que es la marca propia de la persona. (Marcel 2022b: 33).

Suspendí, ¿no, hermana? No se preocupe. No fue su culpa. Estaba pensando que quizás el año próximo vaya mejor. Gracias, hermana

McCarey se desmarca en este momento del personaje —y rogamos se nos disculpe por las veces que en este análisis hacemos de spoiler, anticipando lo que aún no se ve en la pantalla—, y se reserva él con la narración de la trama que Patsy vaya a mostrar con la coherencia de su actuación la “característica del compromiso personal, que es la marca propia de la persona”.

Se oyen unos pasos. Se ve a Patsy en el umbral de la puerta del despacho, con la caja del vestido en las manos. Plano de la hermana Mary Benedict que resopla contrariada. Plano de Patsy.

HMB (Sólo con la voz): “Entra, Patsy”.

PG (Que sigue en el plano): “Sí, hermana. (Se acerca a la monja. El P. O’Malley se levanta y ella le saluda). Hola, Padre”.

POM (Contenido): “Patsy”.

PG (Mientras deja el paquete con el vestido en la mesa): “Suspendí, ¿no, hermana?”.

HMB (Seria): “Sí, Patsy”.

PG (Con naturalidad): “Me lo imaginaba”.

HMB (Sincera): “Lo siento”.

PG (Sin sombra alguna de resentimiento): “No se preocupe. No fue su culpa. Estaba pensando que… (Por el vestido). No voy a necesitar esto y a Delphine le gustaba mucho. Estaba pensando que… (Se retira caminando de espaldas). Estaba pensando que quizás el año próximo vaya mejor. Gracias, hermana”. (Se da media vuelta y sale corriendo).

Hermana. Hemos tenido opiniones diferentes, pero sobre cosas triviales. Esto es serio. Yo no le voy a ordenar que haga nada. Depende de usted, pero… Pero ella suspendió

La actitud noble de Patsy deja en el ambiente un claro interrogante. Algo que no perciben de momento los protagonistas de la película, ni con toda probabilidad el espectador que contempla el filme por primera vez. La ausencia de esta perspectiva, o mejor, de esta posibilidad real tensiona la contraposición entre la hermana Mary Benedict y el P. O’Malley.

POM (De pie, tras una pausa): “Hermana. Hemos tenido opiniones diferentes, pero sobre cosas triviales. Esto es serio. Yo no le voy a ordenar que haga nada. Depende de usted, pero…”. (De pie, y ella en un plano picado, sentada).

HMB (Firme): “Pero ella suspendió”. (Se oscurece. Fundido).

 

4. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XVII): LOS PROBLEMAS DE SALUD DE LA HERMANA MARY BENEDICT (INGRID BERGMAN) Y EL POSIBLE CAMBIO DE PRESCRIPCIÓN MÉDICA A MR. BOGARDUS POR EL DR. McKAY

¡Hurra! ¡Luther encestó una! ¡Un aplauso!

En las siguientes escenas vamos a contemplar como McCarey va moviendo el interior de sus personajes, por medio de acontecimientos que les recuerdan su fragilidad, y que los ponen en situación de ser perseverantes en el bien, en la medida que les liberan de otras falsas seguridades. Especialmente cumplido esto se verá en el personajes del empresario millonario, Horace P. Bogardus (Henry Travers).

Plano del patio del colegio. Un grupo de chicos está con el P. O’Malley junto a una canasta de baloncesto. Al fondo se ve a los demás niños y niñas ocupado en juegos diversos.

POM (Animoso): “¡Hurra! ¡Luther encestó una! ¡Un aplauso! (Otro niño avanza hacia la canasta. Hace un gancho y falla. El P. O’Malley coge la pelota y se la da al siguiente niño). Toma. Atención. (Este muchacho hace a su vez la entrada hacia el aro, y acierta). Buen tiro. (A continuación otro niño lo intenta. Se ve en el plano a un grupo de monjas que acompaña a la hermana Mary Benedict, que parece necesitar ayuda para caminar. Plano del sacerdote que desde la canasta observa al grupo de religiosas. Detiene el balón. Lo coge bajo el brazo y se lo pasa a un niño, haciendo gesto de ir donde las monjas). Enseguida vuelvo”. (Camina hacia las hermanas).

La hermana Mary Benedict se ha desmayado… ¿Han llamado al médico?… Ella no quiere uno

Plano de la Hermana Michael que se encuentra con otra monja, donde antes había más religiosas entorno a la superiora. Se encuentran tras la cancela que separa la vivienda de la comunidad de monjas de las instalaciones del patio.

Monja (Sin identificar la actriz): “Iré con la hermana”.

POM (Acercándose, de espaldas a la cámara): “¿Qué ha ocurrido?”.

Hermana Michael: “La hermana Mary Benedict se ha desmayado”.

POM (Acercándose más a la religiosa): “¿Han llamado al médico?”.

Hermana Michael (Resignada): “Ella no quiere uno”.

POM (No extrañándose de la reacción): “Oh, no quiere”.

El médico está de camino

Vemos el plano del despacho de la hermana Mary Benedict en la escuela. Hay una puerta. Se oye llamar.

HMB (Respondiendo sin que se la vea): “Pase”. (El P. O’Malley entra y se ve a la superiora de las monjas que se encuentra recostada en un sillón con una manta).

POM (Mientras se acerca, anuncia con firmeza): “El médico está de camino”.

HMB (Contrariada): “¿Quién pidió un médico?. (Se ve a la hermana Michael que se encuentra junto a ella y hace un gesto al P. O’Malley para que no diga nada).

POM (Con desparpajo, no haciéndole caso y señalándola con el dedo): “Fue ella”.

Hermana Michael (A la hermana Mary Benedict, por el P. O’Malley): “Es un delator”. (La hermana Mary Benedict hace un gesto de paciencia).

POM (A la superiora): “¿Cómo se siente?”.

HMB (Con poco ánimo): “Bien. Siéntese. Quiero hablarle. (A la hermana Michael). Déjenos solos”. (El sacerdote acerca una silla y se sienta, mientras la otra religiosa sale de la dependencia).

Ha estado usted escribiendo. Escribiendo a la Madre General. Pasando por encima de mí… He recibido una carta de ella

La enfermedad de la hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman) la fragilidad que lleva a la humildad y a un mejor entendimiento con el P. O’Malley (Bing Crosby) en The Bells of St. Mary’s (1945). Imagen 5

Vamos a asistir a una nueva muestra de las diferencias entre los personajes, si bien en este caso no tiene el impacto emocional que la discusión de la escena precedente. Aquí se trata de dos maneras de enfocar un problema, el del precario estado de la escuela. Pero en el fondo deseando una misma solución, a pesar de lo difícil que se atisba.

POM (Deja el sombrero al lado y con jovialidad le pregunta, como quien espera una nueva reprimenda): “¿Qué he hecho ahora?”.

HMB: “Ha estado usted escribiendo. Escribiendo a la Madre General”.

POM (Un poco sorprendido de que ella lo supiera): “Oh…”.

HMB (En tono de un cierto reproche): “Pasando por encima de mí… He recibido una carta de ella”.

POM (Explicándose). “Sólo quería darle mi opinión, hermana. (Señalándole con la carta). Espero que no esté así por eso”.

HMB (A la que se ve en el plano recostada en un sillón con una almohada): “Estoy cansada. Pero usted realmente consideró la posibilidad de derribar St. Mary´s y enviar a los niños a St. Victor’s”.

POM (En el plano): “Sí. Lo estuve pensando un poco. Tenemos que enfrentar los hechos, hermana”.

HMB (En el plano, con gesto de reflexión y cansancio cierra los ojos): “Sí. Entiendo lo que quiere decir, Padre. (Con la voz baja). Nos hemos empeñado en no enfrentar la realidad. Pero St. Mary’s no puede dejar de existir”.

POM (Sólo su voz, buscando tranquilizarla): “Por supuesto, hermana. Relájese. Tómese las cosas con calma. (Se oye la puerta y amos se giran).

Sí. Tengo más o menos otros cien pacientes o así. Y Horace P. Bogardus últimamente está siendo un trabajo de tiempo completo. Me llama a toda hora

La aparición del doctor a continuación impide que la conversación se desarrolle más. Pero lo que evidencia es que la actitud realista del párroco no excluye que se pueda producir el milagro por el que rezan las monjas. Aunque el deba proceder de un modo responsable con la situación. Sin embargo, que el médico lo sea también de Mr. Bogardus muestra que hay una posibilidad humana de trabajar en la misma dirección del milagro que anhelan las monjas.

Aparece una nueva hermana que anuncia la presencia del médico.

Monja (Sin determinar): “El médico está aquí”.

POM (Con tono animado): “¡Vamos! Pase, doctor”.

Dr. McKay (Rhys Williams, que aparece por la puerta): “¡Hola!”.

POM (Presentándoselo a la hermana superiora): “El Dr. McKay”.

HMB (Con cortesía): “Encantada”. (Él le da la mano).

POM (Con intención): “Es el doctor de Mr. Bogardus, ¿sabe?”. (Plano del Dr. McKay, que toma el pulso a la hermana y mira el reloj. Plano de la hermana Mary Benedict, a la que parece que se le ilumine el rostro con la noticia).

HMB: “¿Ah sí? … ¿Es usted su médico personal?”.

Dr. McKay (Con cierta ironía): “Sí. Tengo más o menos otros cien pacientes o así. Y Horace P. Bogardus últimamente está siendo un trabajo de tiempo completo. Me llama a toda hora”.

Rezamos por él constantemente… Para que Mr. Bogardus les done su edificio

El dato a oídos de la religiosa tiene una significación muy distinta a la que le está dando el doctor. Instantes antes, la carta del P. O’Malley y la respuesta de su Superiora General parecían cerrar las puertas al milagro. Ahora, tener noticias de Mr. Bogardus y de su fragilidad abre de nuevo el camino de la gracia, es decir, de la gratuidad y del don, poniendo todo en manos de Dios.

HMB (Con plena confianza): “Rezamos por él constantemente”.

Dr. McKay (En el plano, sacudiendo el termómetro con el P. O’Malley que le mira de reojo): “Eso es muy bonito. ¿Puedo preguntarle por qué rezan?”.

POM (Adelantándose): “Para que Mr. Bogardus les done su edificio”.

Dr. McKay (Asombrado): “¿Donar?¿Mr. Bogardus? (Se ríe y se da cuenta de lo incorrecto de su reacción). Perdón?».

POM (Con agilidad): “Tengo sentido del humor”.

Dr. McKay: “Quizá estén trabajando sus plegarias. No duerme. (Plano de la hermana Mary Benedict con el termómetro en la boca). Le doy pastillas para dormir. (En el plano con el P. O’Malley). Las oraciones son cosas maravillosas, pero si Bogardus llega a dar ese edificio. (Señalando en dirección a donde se encuentra), yo…”.

POM (Aconsejando al Dr. McKay para que no piense que es algo imposible): “Nada espectacular, doctor”. (Los dos se ríen de la ocurrencia).

No me pasa nada. Sólo estoy cansada. Lo sé… Lo sé, lo sé. Deje que eso lo juzgue yo. Quisiera encontrar la causa

Aunque la conversación haya derivado hacia asuntos de oración con respecto a Mr. Bogardus, el médico no pierde el sentido de su presencia en la escuela.

Dr. McKay (Cogiendo el termómetro que está en la boca de la hermana Michael): “A ver. (Ella se pone las manos en el pecho, recogiéndose con la manta. Plano del médico mirando el aparato, con el P. O’Malley a su lado). Bueno. Aquí no puedo hacer mucho más. Venga a mi consultorio para que la revise”.

HMB (En el plano): “No me pasa nada. Sólo estoy cansada. Lo sé”.

Dr. McKay (Los tres en el plano): “Lo sé, lo sé. Deje que eso lo juzgue yo. Quisiera encontrar la causa”. (Le da su tarjeta a ella, pero el P. O’Malley se la coge, alargando la mano).

POM (Comprometiéndose) : “Irá a verlo, doctor”.

Dr. McKay (A la hermana): “Siga rezando, pero no está noche. Necesita un buen descanso nocturno”.

POM (Al Dr. McKay, sin abandonar el tema): “Y Bogardus también”.

Dr. McKay (Riendo): “Sí, eso es cierto”. (Toma su maletín y sale riendo).

POM (A la hermana): “Ya ha oído lo que le ha dicho. Tómeselo con calma. (Coge el sombrero y sale).

Eso es lo que he escuchado… Es una mujer extraordinaria… Ciertamente lo es. Me di cuenta apenas la vi

Solapamiento de imágenes. Del despacho de la hermana Mary Benedict vamos pasando a la puerta de salida del edificio. Vemos al Dr. McKay y al P. O’Malley, que caminan avanzando hacia fuera.

Dr. McKay (Al sacerdote): “Asegúrese de que mañana venga al consultorio”.

POM (Con el canotier en la mano): “Es un poco testaruda, ¿sabe? Pero haré que vaya. ¿Es algo grave?”.

Dr. McKay (Sereno): “Tiene algo de fiebre. ¿Ya le había pasado antes?”.

POM (Aprovechando para expresar su admiración por la hermana Mary Benedict, algo que hasta ahora no había hecho de modo explícito: “Eso es lo que he escuchado… Es una mujer extraordinaria”.

Dr. McKay (Asintiendo): “Ciertamente lo es. Me di cuenta apenas la vi.  (Mirando hacia arriba). ¿En serio cree que le donarán el edificio?”.

POM (Jovial): “Sí”.

Dr. McKay (Admirado): “No había visto algo igual antes. Al menos no desde que deseaba algo por Navidad y me lo regalaban”.

Al crecer nos volvemos sensatos. Ella no es muy sensata, ¿verdad?… Ella cree que sí

El personaje del Dr. McKay tiene una sorprendente capacidad para leer el sentido profundo de lo que pretenden las hermanas. Es uno de esos personajes secundarios de los que gusta McCarey y que actúan como auténticos catalizadores de los temas esenciales que discurren en la película y con los que el director imprime de un modo decisivo su estilo.

POM (Avalando el comentario del médico, mientras mueve el sombrero): “Es algo parecido”.

Dr. McKay (Reflexivo): “Al crecer nos volvemos sensatos. Ella no es muy sensata, ¿verdad?”.

POM (Sutil): “Ella cree que sí”.

Dr. McKay (Preocupado): “¿Qué hará ella cuando no lo consiga?”.

POM (Sin contestar directamente): “Ella le tiene preocupado”.

Dr. McKay (Sonriendo): “Sí. No querría verla desilusionada”.

POM (Dejando entrever su estrategia de colaboración con el milagro):”No es que quiera cambiar de tema, pero Bogardus sufre del corazón, ¿verdad?”.

Dr. McKay: “Sí”.

Una vez conocí a un hombre. Sufría del corazón. Le daban seis meses de vida. Pasó esos seis meses haciendo tanto bien, que llegó a vivir hasta los noventa… ¿En serio? Quiere decir que hacer el bien a los otros es bueno para el corazón?

El P. O’Malley está convencido, al igual que McCarey, de la dimensión terapéutica de la vida generosa, frente a los enfermizo de la autorreferencialidad. Por eso su planteamiento hacia Bogardus no es manipulativo, sino de búsqueda de un bien que lo será para él y desde ahí redundará en los demás. Esa es lógica del don, a la que nos referíamos en la contribución anterior y que ahora va a tener su culminación.

POM (Incisivo): “¿Qué le está dando? ¿Píldoras?”.

Dr. McKay (Respetuosos): “¿Recomienda algo mejor?”.

POM (Mientras agarra de modo más fuerte el sombrero): “Una vez conocí a un hombre. Sufría del corazón. Le daban seis meses de vida. Pasó esos seis meses haciendo tanto bien, que llegó a vivir hasta los noventa”.

Dr. McKay (Totalmente asombrado): “¿En serio? Quiere decir que hacer el bien a los otros es bueno para el corazón?”.

POM (Por la bondad que trasluce el médico): “Usted se pasa la vida haciéndolo”.

Dr. McKay: “Sí, sí”.

POM: “¿Cómo anda del corazón?».

Dr. McKay: “Bien”.

POM (Abriendo los brazos): “Aquí lo tiene”.

Dr. McKay (Cauto): “¿Está usted jugando con la medicina?».

POM: “Tenemos mucho en común, doctor. Los dos queremos un buen corazón”.

Dr. McKay: “¿Debería cambiar mi prescripción médica?”.

Dr. McKay: “Usted es el médico”.

Dr. McKay: “No estoy tan seguro, O’Malley. (Y se despide). Buenos días”.

POM: “Buenos días“. (Y sube las escaleras de la puerta).

 

5. BREVE CONCLUSIÓN

Esta cuarta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s ha seguido desarrollando el asunto de la lógica del don que se planteó en la anterior. Y ha puesto su foco en la familia, como lugar en el que el ser humano reconoce que su propia identidad en un linaje que actualiza esa lógica hasta llegar a cada uno de nosotros.

Ese fundamento sólido sólo se puede vivir adecuadamente desde la humildad de reconocer la propia fragilidad. El misterio de lo personal se escapa para aquél que quiere instalarse en la autosuficiencia, y no reconozca la propia vulnerabilidad. Son esos momentos de reconciliación con uno mismo los que permiten abandonarse en esa manera de ver las cosas que hacen posible la vida humana y un tejido social que la acoja con veneración

 

 

 

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NOTAS

[1] “La transformación hacia la gratuidad desde la inocencia en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-transformacion-hacia-la-gratuidad-desde-la-inocencia-en-the-bells-of-st-marys-las-campanas-de-santa-maria-1945-de-leo-mccarey/.

[2] Se observa una continuidad completa en este rasgos del personajes con respecto al protagonista de Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944). Cfr., especialmente, la contribución “La educación de los sentimientos y del sentido del matrimonio en Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-educacion-de-los-sentimientos-y-del-sentido-del-matrimonio-en-going-my-way-siguiendo-mi-camino-1944-de-mccarey/.

[3] Un buen discernimiento al respecto se encuentra en la obra de Francesco D’Agostino tantas veces citada en nuestra investigación (1991, 2006).

[4] Algo magistralmente advertido por John Finnis, que selecciona diez aserciones que pueden ser expresivas de ideas compartidas de modo amplio por toda —o casi toda la humanidad. De ellas, las cinco primeras están de alguna manera vinculadas —o incluso anudadas— a esa conciencia de los lazos humanos de la familia y de la vida.

1) Todas las sociedades humanas muestran un interés por el valor de la vida humana; en todas, la autoconservación está generalmente aceptada como un motivo adecuado para la acción, y en ninguna el asesinato de otros seres humanos es permitido sin alguna justificación claramente definida.

(2) Todas las sociedades humanas consideran la procreación de una nueva vida humana como una cosa buena en ella misma, a no ser que haya circunstancias especiales.

(3) Ninguna sociedad humana deja de restringir la actividad sexual, en todas las sociedades hay alguna prohibición del incesto, alguna oposición a la promiscuidad sin límites y a la violación, algún trato de favor para la estabilidad y la permanencia en las relaciones sexuales.

 (4) Todas las sociedades humanas ponen de manifiesto un compromiso por la verdad, a través de la educación de los jóvenes en materias no sólo prácticas (esto es, evitación de peligros) sino también especulativas o teóricas (Religión).

(5) Los seres humanos, que pueden sobrevivir en la infancia sólo por la crianza, viven dentro o sobre los márgenes de alguna sociedad que invariablemente se entiende al lado de la familia nuclear, y todas las sociedades ponen de manifiesto un favor hacia los valores de la cooperación, del bien común sobre el individual, de las obligaciones entre individuos, y de la justicia dentro de los grupos. (Finnis 1981: 83-84).

[5] En el apartado 6. EL TEXTO FILOSÓFICO-FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (V): EL ENCUENTRO DEL P. O’MALLEY CON UNA MADRE, MARY GALLAGHER (MARTHA SLEEPER), QUE BUSCA ST. MARY´S POR SU VALOR EDUCATIVO, de la primera contribución dedicada al análisis de esta película, “The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María,1945) como secuela de Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944) ambas de Leo McCarey”. Conviene recordar el diálogo al respecto.

Mary Gallagher (Plano americano de los dos, apoyados en la verja de la casa): “Bien, se lo voy a explicar. Me fui de casa siendo muy joven para casarme. (Se para y mira al sacerdote). Interrúmpame si ya sabe la historia. Él me abandonó en Siracusa hace ya mucho tiempo. (Pone la mano en la verja). Trece años para ser exactos”.

POM (Atento): “¿Llegaron a casarse?”.

Mary Gallagher: “Oh, sí. Después de varias discusiones. Yo creo que él tenía un poco de miedo a perder su independencia. Era pianista profesional…”.

POM (Al que le agrada la música, en plano americano con ella): “Ah…”.

Mary Gallagher (Ahora en primer plano): “Tenía una sonrisa maravillosa, Padre”.

POM (Siendo a su vez): “Estoy convencido de ello”.

Mary Gallagher (Sólo su voz, con el párroco en el plano). “Como la de usted”. (El sacerdote levanta las cejas para quitar importancia a lo que acaba de escuchar).

Mary Gallagher (De nuevo en plano americano con el párroco): «Dirigía una pequeña banda, una especie de orquesta de baile. ¿Ha oído hablar de ‘Gallagher’s Gamboleers’?».

POM: “No. ¿Son conocidos?”.

Mary Gallagher (Tras pensarlo): “Tengo dudas. Bueno, el caso es que con esa orquesta consiguió un contrato en Cincinnati. Me prometió que cuando reuniera unos dólares vendría a buscarme”.

POM (En el plano): “¿Y usted se quedó plantada en Siracusa?”.

Mary Gallagher: “Hasta cuando mi hija nació”.

POM (Perplejo): “¿La ha mantenido usted todo este tiempo?”.

Mary Gallagher (En el plano). “Ahá. (Pausa). Y se estará preguntando ahora cómo. Ella también. (Agacha la mirada). Ella ya es una chica crecidita, padre. Empieza a pensar que no soy buena. Quiero que se haga cargo de ella… antes de que descubra que está en lo cierto”.

POM (En el plano con el sombreo puesto, desdramatizando): “Bueno, una madre que se preocupa tanto por su hija no merece que se la considere mala. Si fuera usted tan mala como cree, la habría abandonado”.

Mary Gallagher (Sincerándose, recuperando su autoestima): “Joe es el único hombre que de verdad he amado en mi vida. Pero…”.

POM (En el plano): “Pero queriéndole tanto como dice… ¿por qué no ha intentado buscarle?”.

Mary Gallagher (De nuevo en plano americano): “No sabría por dónde empezar… Además fue él quien me dejó, Padre”. (Toca nerviosa la puerta de la verja).

POM (Localizando que hay algo de orgullo en esa determinación): “Con que es eso. (Pausa). Bien, haré cuanto pueda por usted. Diga a su hija que venga a verme. ¿Cómo se llama?”.

[6] William Gargan (1905-1979) es uno de los coprotagonistas de The Milky Way (La vía láctea, 1946) también de Leo McCarey. El espectador que lo recordase podía hacerse una idea aproximada de este personaje en la edad en la que contrajo matrimonio con Mary. Hemos estudiado esta película en estas seis contribuciones: “La confluencia de los personalismos fílmicos de Leo McCarey y Harold Lloyd en The Milky Way (1936)”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-confluencia-de-los-personalismos-filmicos-de-mccarey-y-harold-lloyd-en-the-milky-way-1936/; “Los vínculos entre los personajes y la confianza en la vida y en la acción humana en The Milky Way (1936) de Leo McCarey con Harold Lloyd”; https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/los-vinculos-entre-los-personajes-y-la-confianza-en-la-vida-y-en-la-accion-humana-en-the-milky-way-1936-de-leo-mccarey-con-harold-lloyd/; “El combate entre el mantenimiento de la inocencia y la seducción del éxito en The Milky Way (1936) de Leo McCarey con Harold Lloyd”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/el-combate-entre-el-mantenimiento-de-la-inocencia-y-la-seduccion-del-exito-en-the-milky-way-1936-de-leo-mccarey-con-harold-lloyd/; “Cine, persona y despersonalización en The Milky Way (1936) de Leo McCarey con Harold Lloyd”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/persona-despersonalizacion-the-milky-way-mccarey/; “El deseo de hacer el bien y la restauración personal en The Milky Way (1936) de Leo McCarey con Harold Lloyd”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/deseo-de-hacer-el-bien-y-restauracion-personal-the-milky-way-1936-de-mccarey/; “Los personalismo fílmicos de Leo McCarey y Harold Lloyd en el final feliz de The Milky Way (1946)”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/vinculacion-entre-las-personas-mutuo-reconocimiento-y-confianza-en-la-vida-y-en-la-accion-humana-en-el-final-feliz-de-the-milky-way-1946/.  

[7] Se traduciría como “En la tierra del volver a empezar”. Se trata de una canción de 1908, con letra de Grant Clarke (1891-1931) y música de George W. Meyer (1884-1959). Reproducimos la letra original completa (Meyer, George W. and Clarke, Grant, «In the Land of Beginning Again» (1908). Historic Sheet Music Collection. 693), https://digitalcommons.conncoll.edu/sheetmusic/693)  y su traducción al español.

 

Sometimes there’s tears behind a sunny smile,

Some hearts hold sorrow for a long, long, while,

If we could only forget,

Think how much further we’d get.

And though our hearts are filled with sadness,

We’ll see the sunshine yet.

[Chorus]

There’s a land of beginning again,

Where skies are always blue,

Tho’ we’ve made mistakes, that’s true,

Let’s forget the past and start life anew,

Tho’ we’ve wandered by a river of tears,

Where sunshine won’t come trough;

let’s find that Paradise where sorrow can’t live,

And learn the teachings of forget and forgive,

In the land of beginning again,

Where broken dreams come true.

[Verse 2]

Don’t ever feel that ev’ry hope is gone,

It’s always darkest just before the dawn,

Just try a smile through the tears,

Some day you’ll laugh at your fears.

And though your life is filled with shadows,

They’ll fade trough future years.

[Chorus]

A veces hay lágrimas detrás de una sonrisa soleada,

Algunos corazones guardan penas durante mucho, mucho, tiempo,

Si sólo pudiéramos olvidar,

Piensa cuánto más lejos llegaríamos.

Y aunque nuestros corazones estén llenos de tristeza

Aún veremos el sol.

[Estribillo]

Hay una tierra de nuevo comienzo

Donde los cielos son siempre azules,

Aunque hayamos cometido errores, eso es cierto,

Olvidemos el pasado y empecemos la vida de nuevo,

Aunque hemos vagado por un río de lágrimas,

Donde la luz del sol no llega;

encontremos ese Paraíso donde la tristeza no puede vivir,

Y aprendamos las enseñanzas de olvidar y perdonar,

En la tierra de empezar de nuevo,

Donde los sueños rotos se hacen realidad.

[Verso 2]

Nunca sientas que toda esperanza se ha ido,

Siempre es más oscuro justo antes del amanecer,

Sólo intenta sonreír a través de las lágrimas,

Algún día te reirás de tus miedos.

Y aunque tu vida esté llena de sombras,

Se desvanecerán a través de los años futuros.

[Estribillo]

 

[8] No hemos localizado a la actriz hasta el momento.

[9] “La alegría de ser en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey”, más específicamente en el apartado 2. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (VI): EL ENCUENTRO DE PATSY GALLGHER CON EL P. O´MALLEY Y CON LA HERMANA MARY BENEDICT.

[10] Una cita que hace que el planteamiento personalista de McCarey casa bien con el perfeccionismo emersoniano (Emerson 2010c).

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Licenciado en Derecho y en Filosofía y Ciencias de la Educación. Doctor en Derecho con una tesis sobre el paradigma del iusnaturalismo tomista en su génesis histórica y en la actualidad. Autor de diversos artículos y publicaciones sobre derechos humanos y de la familia, así como sobre temas de biojurídica. En los últimos años ha intensificado su investigación sobre los directores del Hollywood clásico, teniendo como referencia la obra de Stanley Cavell. Ha publicado estudios sobre Georges Stevens, Henry Koster, Mitchell Leisen, Leo McCarey y Frank Capra.

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Profesor de la Facultad de Filosofía y director del Máster Universitario en Marketing Político y y Comunicación Institucional de la UCV, premiado como Programa de Educación Política del Año en el certamen Napolitan Victory Awards de Washington Estados Unidos.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir".
Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990), "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013), Bancarrota moral (Sello, 2015) y "Técnica y Ser humano" (Centro Lombardo, México, 2017).

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